Serie Mujeres de hoy (5ª novela)

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—¡Ah, la nueva de facturas! —Me dio la impresión de que se alegraba aún más—. Sígueme, ten la amabilidad.

La tuve, la tuve. Salimos de la entradita, directas a una zona de pasillo con varias puertas, todas cerradas a cal y canto. La chica señaló la más extrema, con su brazo gordezuelo.

—Ese es el baño, por si lo necesitas. —Entretanto, abrió la puerta de al lado y se apartó para que yo entrase—. Y esta es tu oficina.

Tenía una hermosa ventana que compensaba sus escasas dimensiones. Entraba mucha luz y era de lo más simple. Dos grandes muebles con estanterías pegados a la pared, dos mesas delante con sus sillones y un par de sillas para las visitas, supuse. Uno de los ordenadores estaba apagado, el otro a pleno rendimiento. Una de las mesas viva y plagada de chismes inútiles, la otra desierta, perfectamente recogida. La indiqué tímidamente.

—¿Es la mía?

—Es la tuya. —Volvió a sonreír. No le costaba nada el gesto a aquella chica—. Y aquí me siento yo.

Su indicación me hizo comprender que éramos compañeras de trabajo. La perspectiva me agradó y hasta me hizo ilusión. Se había generado una inexplicable corriente de simpatía entre ambas, con sólo un breve intercambio de frases.

Tomé asiento en aquella oficina cutre como si se tratara de la mejor empresa fiscal del país. La musiquilla seguía llegando a mis oídos y noté un revoltijo de emociones encontradas en mi estómago. Los ojos me chispeaban de entusiasmo. Recorrí la mesa con manos ávidas.

—Jo, qué ganas tenía… —murmuré. La chica me observaba a distancia sin dejar de enseñar los dientes—. Por cierto, me llamo Marina. —Le ofrecí la mano.

—Adela. —Me dio la suya, grande y carnosa—. Me han encargado que te explique los menesteres de la oficina. —Soltó una risita traviesa—. No me llames cotilla, pero tuve que echarle una miradita a tu currículo. —Se abanicó con la mano—. Menudo historial, si hasta has sido empresaria… —Enrojecí hasta las orejas—. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

Me encogí de hombros, para quitarle importancia a la cosa. El pasado en su globalidad, era una parte de mi vida que estaba dispuesta a aparcar y olvidar.

—Ya sabes… Ser autónoma supone mucha responsabilidad. Si no te preocupas lo suficiente, te vas al traste. Si te preocupas lo necesario acabas enferma.

—¡Ay sí! ¿Conociste a la jefa el viernes? —Asentí con la cabeza—. Ya se ha divorciado tres veces la pobre, creo que desde que abrió la empresa no levanta cabeza. Y menudo estrés maneja.

—Fue muy amable conmigo —advertí. No quería que pensara ya el primer día que era una chismosa malsana. A saber si me estaba tendiendo una trampa por encargo de la jefa en cuestión. Por otro lado, no exageraba, era la pura verdad.

—Sí, lo es, doña Matilde es encantadora, lo que pasa es que disfrutamos de su verdadero yo dos días al mes. El resto del tiempo se lo pasa subida por las paredes. —Reparó en mi leve gesto de intranquilidad—. No te preocupes. Nuestro chiringuito es muy tranquilo. Las visitas se reducen a asfixiarnos con varias cajas de facturas, las contabilizamos, las sellamos y las devolvemos. Otros se encargan de archivarlas-. —Me guiñó un ojo con simpatía—. ¿Un cafelito?

—Soy más de infusiones —rechacé agradecida.

—Lo siento, no tengo, pero compraré una cajita de té para mañana o…

—La traeré de casa —dijimos las dos al tiempo. Y nos echamos a reír—. Creo que por hoy haré una excepción y probaré tu café.

—Marchando. —De un armarito tomó una jarra de porcelana con un dibujo de los Simpsons y descubrí una cafetera de esas de goteo y filtro, en precario equilibrio en una esquina. El líquido era aromático y estaba caliente. Añadí un sobrecillo de azúcar, removí y volví a acomodarme. Adela se sentó frente a mí, sin dejar de observar. Me percaté que nuestros sillones estaban muy juntos.

—¿Llevaba mucho tiempo vacante este puesto? —quise saber.

—Algo. Es muy triste no tener nadie con quien compartir unas risas. No me malinterpretes, hay rachas en que no levantamos la vista del ordenador. Llevamos la contabilidad de casi todos los pequeños negocios del barrio, la jefa es muy conocida, se crió por aquí y todo el mundo la quiere. Pero nos traen los tickets de caja de cada cruasán con mantequilla que sirve cada bar. Imagina.

Dejé escapar un silbido de admiración, que en realidad, significaba: menuda simpleza teniendo en cuenta los malabarismos de fiscalidad internacional con los que he tenido que torear. Adela me leyó el pensamiento.

—Nada complicado para ti con la carrera que llevas. Me temo que vas a aburrirte enseguida.

—Nada de eso —quise tranquilizarla—. Me viene de perillas un período más relajado, algo mecánico a lo que no haya que prestar tanta atención. Tiempo hay de enredarse. —Levanté los ojos refulgentes de felicidad y orgullo—. Voy a estar muy bien aquí, lo presiento.

—Pues no sabes lo que me alegro por la parte que me toca… Tengo una radio ¿Qué tipo de música…?

No supe a qué se refería porque la puerta se abatió con fiereza y entró una rubia oxigenada subida en unos tacones imposibles de manejar, embutida en un vestido demasiado pequeño para ella y envuelta en perfume barato. La comparé con una caricatura ridícula de Cayetana.

—Hola ¿Eres la nueva? Soy Tati —se presentó sin mirar a Adela ni siquiera por educación.

—Tatiana, ¿verdad? —deduje toda cordialidad.

La interpelada soltó un gruñido irrepetible por lo bajini, que yo interpreté como afirmación y lo dejé correr. Todos los colectivos tienen una guapa, un trepa, una tonta, un pelota o lameculos, un cotilla y un vago de solemnidad. Yo acababa de presentarme oficialmente, a la primera de la lista. ¿O a la segunda?

No se entretuvo en tomar café con nosotras ni nada por el estilo. Salió del cuartito cual vendaval, tan abrupta como se había presentado. No había que ser muy lista para entender que sólo había asomado la nariz para cotillear. Ni dijo a qué departamento pertenecía siquiera, la muy burra. A su marcha, Adela y yo nos intercambiamos una mirada cómplice con las cejas arqueadas. Dijimos mucho sin abrir la boca y todo versaba sobre Tati.

A los pocos minutos, estaba de vuelta. Nos pilló calladas como muertas aunque mirándonos y no captó el sutil significado de nuestra comunicación muda. Volvió a cerrar la puerta, esta vez para no volver. Mi compi y yo nos echamos a reír de nuevo. Un diez para el primer día.

Continuará...

Esto te lo apaño yo.com (personas que no saben decir "NO")Where stories live. Discover now