El Olvido

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Los ojos se le abrieron de par en par, casi de repente. Llevaba un par de horas tumbada sobre la cama, durmiéndose a ratos, intentando ahuyentar a muchos de sus pensamientos. Los temía. Aunque nunca se lo reconocería en voz alta. El apartamento estaba en completo silencio. Inés solo escuchaba los pasos del vecino de arriba sobre su cabeza, el bombear de su corazón en la caja torácica y su estómago, rugiendo de hambre. Y de resaca.

Cerró los ojos de nuevo durante un par de segundos, sintiendo todo el peso del cansancio sobre sus párpados. Suspiró hondo, echándose el pelo hacia atrás con ambas manos. Se había tirado a dormir en el centro de la cama, solo con una camiseta fina encima. Y aún así, sudaba. Una angustia indomable le recorría la columna vertebral de arriba a abajo en un continúo latigazo sin dejarla descansar más de diez minutos seguidos. Abrió los ojos de nuevo, fijando su mirada en el techo, dibujando con sus ojos la forma de la lámpara, intentando concentrarse en otra cosa. Todavía quedaban dos horas.

**

Abrió la puerta de su apartamento con el miedo atenazándole los músculos. Era muy tarde como para que Xavi todavía durmiese. Y muy temprano para que se hubiese ido. Recordaba que el día anterior le había dicho por teléfono que su primera reunión del día era a las doce de la mañana, así que podrían aprovechar para desayunar juntos. Inés le había dicho que sí, por supuesto. Pero eran las diez y media y acababa de entrar en su casa después de más de veinticuatro horas fuera. Se mordió el labio, intentando contener la respiración y cerró con cuidado tras de sí.

—¿Inés? —Oyó la voz de su marido en el salón, nítida, clara, contundente. Estaba dispuesta a soportar su bronca, porque se la merecía y lo sabía. Pero su cerebro solo quería pasar ese trámite cuanto antes para después dormirse.

Apareció pronto en el salón, sin darle tiempo a Xavi a repetir su nombre en alto de nuevo. Intentó parecer serena, pausada, con gesto arrepentido. Se asomó por la puerta, haciendo una mueca de disgusto al ver la cara de su marido. Tenía el gesto, ese gesto. El que desembocaba en discusión. Y esta vez iba a tener difícil excusa. Inés avanzó hasta el sofá y se sentó a su lado, reteniendo suspiros mientras esperaba que su marido comenzase a hablar.

—Carinyet... —Acabó por no resistirse más. — Perdona por no avisarte ayer, de verdad. —Inés estiró ambas manos, alcanzando una de las de su marido y rodeándoselas con ternura. Él ni se inmutó, simplemente giró la vista para mirarla a los ojos. Inés se arrepintió al instante de haberle instado a ello.

—¿Dónde estabas? —Arqueó una ceja, esperando una respuesta convincente por parte de su mujer. Esperando la verdad, al fin y al cabo.

—Begoña y yo nos liamos con las copas y al final acabamos tomando la última en su casa. Te escribí un mensaje pero no sé por qué se me olvidó darle al botón de envi- —Inés recitaba la excusa que se había preparado mientras corría de vuelta a casa. Lo hacía casi de forma mecánica, igual que cuando daba las ruedas de prensa, estaba acostumbrada. Pero Xavi la conocía demasiado, o sabía más de lo que ella esperaba. Y la interrumpió.

—Inés, llamé a Begoña esta mañana preocupado por ti. —Inés apretó los labios al escuchar las palabras de su marido y acto seguido separó sus manos de él. "Mierda". — Al menos ten la decencia de no mentirme. —Su tono de voz se iba elevando a medida que sus palabras salían. Inés se recolocó en el sofá, hundiendo las manos en su pelo. Tenía que decirle la verdad, porque si no pensaría algo mucho peor. Al fin y al cabo, no era para tanto. Solo había pasado la noche con Irene Montero.

—Carinyet... —Inés se aclaró la garganta, llamando a la compasión de su marido, utilizando un tono suave y conciliador que pocas veces sacaba a relucir. Xavi la volvió a atacar directamente con la mirada. — Tengo una explicación, te lo promet... —Pero de nuevo, la interrumpieron. Esta vez fue el móvil de su marido, que comenzó a vibrar sobre la mesa. Un, dos, tres, cuatro whatsapps. Inés giró la vista, mirando a la otra parte del salón, con su cerebro trabajando al dos cientos por ciento. De alguna forma agradeció la interrupción, así tendría tiempo de prepararse el relato con más calma para que sonase lo mejor posible.

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