La Sospecha

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Si Irene hubiese tardado dos minutos más en aparecer, Inés se habría dado la vuelta y se habría vuelto a casa sintiéndose absurda. El ruido de sus botas retumbaba por las fachadas de toda la calle y sonaba como si fuera la única persona que quedaba despierta en la ciudad aquella noche. La catalana se movía hacia arriba y hacia abajo, rodeando el coche de Irene, consciente de que era ese, esperándola con el pecho acelerado. ¿Qué le iba a decir? ¿De qué iban a hablar? "Solo media hora y te vas a casa antes de que Xavi se dé cuenta". Su mente repetía aquella orden como un mantra, pero sus manos temblaban de inseguridad. De miedo hacia sí misma y a todo lo que sentía ganas de hacer. Pero de momento la barrera de la mentira todavía la conservaba, y nunca se admitiría aquello.

—Qué rápida. —Oyó su voz y se le formó un nudo en la entrada de la garganta. Se giró despacio, dibujando una sonrisa amable y achinó los ojos para poder contemplar bien a Irene que todavía no estaba lo suficientemente cerca.

La vio caminar hacia ella. Llevaba las manos escondidas en los bolsillos del abrigo y caminaba con una media sonrisa. Por unos instantes, parecía como si ambas estuviesen sintiendo lo mismo. Una timidez que no sabían muy bien de dónde salía y una mezcla de ganas de huir y ansia de correr hacia la otra. ¿Qué estaban haciendo? La mente de Inés tenía todas las alarmas conectadas y a punto de explotar. Se estaba saltando cualquiera de las barreras que se había impuesto para poder seguir con su vida sin alterarla demasiado. Se las estaba saltando por Irene. Aunque en el fondo, sabía que también las había creado por ella. Tenerla tan cerca era peligroso.

—¿Cómo estás? —La mano de Inés apretaba ahora el brazo de Irene mientras la madrileña le dejaba un suave y cálido beso en la mejilla. Su aliento contrastó con el frío polar de la calle e hizo que Inés sintiese un escalofrío.

—Muy cansada. —Susurró Irene a la altura de su oído. Inés cerró los ojos por unos segundos sintiendo la piel suave de la mejilla de la de Podemos rozando contra la suya. El tiempo se detuvo un momento para contemplarlas. Y después, todo se reanudó.

—¿Quieres que me vaya y te vas a casa? —Preguntó Inés. Irene ya había sacado las llaves y estaba abriendo el coche.

—Claro que no. —Irene se giró para mirarla mientras abría la puerta. — Venga, entra. Te vas a helar.

Se sentaron, una al lado de la otra. Como la otra noche, pero sin alcohol en sangre. Inés reconoció inmediatamente el olor del vehículo y tuvo una sensación de familiaridad que no se le fue más en toda la noche. Irene había hecho contacto con las llaves y ahora empezaba a hacer calor dentro. Las dos miraban al frente. No se decían nada. El cuerpo de la catalana guardaba una tensión permanente, siendo consciente de que lo que estaba haciendo estaba mal y de que no debería haberse permitido el lujo de irse de casa a esas horas de la madrugada. Las probabilidades de que Xavi se diese cuenta eran muy altas. ¿Qué estaba haciendo con su vida? ¿Y con su matrimonio?

Las preguntas le ametrallaban la mente, nublándole la vista e introduciéndola en su propio mundo. Un ruido exterior la devolvió a la realidad e hizo que notase los ojos de Irene analizándola.

—¿Qué? —Inés se giró para mirarla también. La madrileña sonreía divertida y la de Ciudadanos no pudo hacer más que dejarse contagiar.

—Nada. —Se encogió de hombros. Inés pudo ver sus ojos brillantes, empapados de cansancio y de disgustos. — ¿Qué hacemos aquí? —El coche se inundó de la risa cálida de Irene que le hacía arrugar la nariz. La catalana miró a su alrededor, sin entender muy bien la pregunta. Cuando volvió a centrar la vista en su compañera, la vio con los dos brazos sobre el volante y la cabeza apoyada en ellos.

Dentro de tiWhere stories live. Discover now