Todo

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Inés repiqueteaba con los dedos sobre la mesa. Había llegado media hora antes, casi por obligación. El resto del día había sido complicado. Duro de sobrellevar. Xavi había tardado horas en volver y cuando lo había hecho, se había negado a mantener una conversación. No hasta que Inés reconociese que estaba acostándose con otra persona.

La catalana suspiró, lanzándole una mirada al techo. ¿Qué iba a reconocer? No había nada. No estaba dispuesta a fabricar una mentira para salvar su matrimonio, era absurdo. Se sentía atrapada, se veía ahogándose sin posibilidad de salir a respirar. No quería que Xavi supiera que había estado viéndose con Irene Montero. Ahora era tarde para confesarlo, sonaría raro. Sonaría, efectivamente, a amante. E Inés Arrimadas jamás tendría nada con una diputada de Podemos. ¿Se estaba volviendo el mundo loco?

Aún así, el nudo en el estómago a cada minuto se apretaba con más fuerza. La catalana había huido de casa con una excusa un tanto pobre: cenar con Begoña con el pretexto de que necesitaba hablar con alguien. Probablemente a Xavi esa huida solo le habría enfadado más, pero su marido había preferido mantener un silencio constante, ni siquiera despidiéndose cuando la de Ciudadanos salió por la puerta. Inés rodeó su copa de vino con una mano, para después alzarla en el aire y acercarla a sus labios. Cerró los ojos, recreándose en el sabor seco y dejó que su garganta y su cuerpo entero se invadieran de la satisfacción de beber alcohol. Todavía no entendía muy bien para qué había quedado con Irene, cuál era el objetivo. Solo sabía que en un día tan huracanado para su mente sentía que el refugio perfecto era la voz de la madrileña. Y qué peligroso se volvía saber tanto de esa sensación.

—Perdona. —La vista de Inés caminaba por el suelo del restaurante cuando oyó la voz. Su voz. Una risa leve después de la palabra. La silla de enfrente se movió y enseguida notó su presencia al otro lado de la mesa. Entonces elevó la vista.

—Hola. —La voz le salió casi en un susurro, con una sonrisa suave decorando su rostro. Irene la observó, levantando una ceja, confundida, dudando si soltar una carcajada ante la extraña situación.

—¿Todo bien? —Preguntó la madrileña, observando alternativamente la copa de vino casi vacía y el rostro de la catalana. — ¿Llevas mucho tiempo?

Inés se encogió de hombros, negando después con la cabeza. No quería contar que llevaba media hora allí sentada, ni que si por ella fuera tampoco regresaría a casa aquella noche. No quería contar que había apagado el móvil, que si su marido llamaba iba a volver a pensar cosas que no eran. No le apetecía explicar que él se pensaba que ella tenía un amante, y que aunque no lo tenía, las sensaciones que le producía estar cerca de la madrileña la hacían sentirse aún mas culpable que si la suposición de su marido fuese verdad.

—¿Cómo estás? —Terminó por preguntar para evitar cualquier nuevo interrogatorio de Irene. El camarero se adelantó, acercándose a la mesa. La madrileña pidió una cerveza, dedicándole una sonrisa amable al hombre para después centrar de nuevo toda su atención en quien tenía delante.

—Cansada. Pero mejor. O más bien resignada. —A Irene se le escapó la risa de nuevo, precisamente por eso; por resignación. Inés solo podía observarla con atención, como si se sintiese hipnotizada. Ahora, de repente, parecía que estaba teniendo una nueva visión de su amiga ante ella. Observó sus ojos entrecerrados por la risa, como se le arrugaba la nariz, la curva de la sonrisa que siempre se le había contagiado. La vio guapa, como siempre le había parecido, pero en ese momento de otra manera. Los músculos del cuello de la madrileña estaban en tensión y los ojos de Inés se recreaban en ella casi instintivamente. Se percató de que tenía la boca rodeada por una constelación de lunares y ese pensamiento le dio la vuelta y le cortó la respiración. Mientras un latigazo de un extraño placer le recorría la mente, Irene la observaba curiosa también.

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⏰ Last updated: Sep 20, 2019 ⏰

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