Un día normal

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Es el año 2288. El edificio Dominique queda en el centro empresarial de Villa Colton, en el distrito de Riasondis. A pesar de no ser uno de los más grandes, ni de los más lujosos, de él salen de a pocos empleados muy bien vestidos. Las mujeres llevan tacos altos y los hombres peinados estilizados.

"Buenas tardes", "Adiós", "Hasta luego", "Que le vaya bien" son frases preparadas que repiten los tres guardias de seguridad de la entrada del edificio.

El que está parado al lado de la puerta (unos grandes portones de vidrio adornados por un marco con diseño victoriano) supera el metro noventa, es escuálido y su peinado es un esfuerzo imposible para tapar la calvicie.

El otro está en el mostrador, que está a varios metros del guardia flaco, y es exageradamente panzón, tiene el rostro rechoncho como el de un niño gordo y los brazos flacos como los de su compañero.

El tercero está fuera de la puerta, mide metro ochenta, tiene la piel cobriza, el bigote crecido pero ralo y el cabello muy ordenado. Tiene el rostro de un viejo, pero el cuerpo de un atleta muy bien entrenado. El carné que lleva lo identifica como Zolte Saiaca.

Zolte mira a través del vidrio la pared con el holograma del Guernica y la hora incrustada a un lado. Hace un gesto al guardia flaco y entra apurado a las duchas de los guardias. El otro hombre ocupa su lugar.

- Por fin Carlitos. Ya son las 6:30. ¡Me voy, me voy! - dice Zolte mientras se va. Tiene la voz fuerte y aguardentosa.

- ¡¿Apurado por salir?! - dice el guardia panzón que está en el mostrador - ¡Seguro te vas con la otra! Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja. Ese Zolte...

- ¡Oye Carlitos, yo soy fiel! ¡Tú no sabes lo que vale esa mujer para mí! - dice Zolte pasándose el dedo por su nariz ganchuda y chueca.

- ¡'Ta bien! ¡'Ta bien! ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

Zolte se mete al baño de los vigilantes. Se da un duchazo. Se cambia y sale con un maletín de viaje. Se despide de los vigilantes de la puerta. Camina un trecho para llegar al paradero.

Al paradero llega un MMB[1], muy pequeño; apenas si la gente podía ir sentada. De la puerta del MMB cuelga un tipo que grita la ruta por donde va:

- ¡Tierra Santa! ¡Avenida Oasdos!...

Zolte sube al MMB, se sienta de manera aburrida, apretado debido a su tremendo tamaño, entre un viejo calvo con una nariz terminada en una bola de granos rojos a punto de estallar y una señora de unos sesenta años dormida con la boca abierta.

Anochece.

El MMB pasa por una solitaria carretera flanqueada por ruinas de grandes edificios derrumbados. Habría una oscuridad total de no ser por la iluminación que la carretera emana. El hombre que se cuelga de la puerta cobra pasajes a todos.

- ¡Baja en el desierto! - le dice Zolte al cobrador.

- ¡Desieeerto! - grita el cobrador con una voz mucho más aguardentosa que la de Zolte y con medio cuerpo por fuera del MMB.

Zolte se baja, a lo lejos hay algunas luces que alumbran, mientras que las luces del MMB, que se va, se ven pequeñas en el fondo de la carretera. Las luces de los bloques de energía del piso de la carretera le dan un aspecto tétrico al lugar.

Camina una media hora entre las arenas del desierto y luego baja su maletín. Se asegura que no haya nadie cerca. Allí saca: un pantalón negro lleno de bolsillos, unas botas militares, un chaleco protector contra ráfagas de partículas, pintado con una silueta de un ojo, unos mitones de cuero negro, un cinturón para armas, dos féizers oxidados, un cuchillo militar, unos cuantos cubos de metal oxidado del tamaño de la palma de una mano, un par de brazaletes con botones digitales, una bolsa negra grande y una máscara de cuero blanco con una silueta negra de un ojo dibujada en la frente.

RINOMAXWhere stories live. Discover now