La pandilla

16 4 0
                                    

Los aventureros caminaron sigilosamente por el oscuro pasadizo. Era un túnel antiguo con paredes hechas de ladrillos cubiertos de polvo y moho. El piso era un lodazal abarrotado de cucarachas que crujían bajo las botas de los cuatro personajes.

El hombre de piel rosada, cabello largo y negro, era el que iba adelante. Él tenía una brillante armadura con colores que variaban del plata al dorado según la poca luz de las antorchas que iluminaban el túnel. Muy de cerca de él, casi innecesariamente pegada, iba la chica. Ella tenía el rostro angelical, de ojos como dos jades, la piel suave, el cabello castaño largo y brillante y con unos pechos turgentes que peleaban por escapar del generoso escote que tenía su ceñido traje de cuero negro.

Detrás de ellos iban un gnomo y un hombre muy robusto. El gnomo caminaba con una sonrisa burlona que su barba de perilla acentuaba, las manos en los bolsillos y dos orbes de luz azul que giraban alrededor de él. El gnomo medía por lo menos la mitad del tamaño del musculoso. Era cabezón, de cabellos negros y rizados y con las extremidades ligeramente pequeñas para su cuerpo. Se podría decir que era un enano humano de no ser por sus afiladas y puntiagudas orejas, nariz larga y una cola que se agitaba fuera por un agujero detrás de su pantalón.

El último integrante era el gigantesco hombre. Tenía casi las dimensiones de un portón de iglesia, los músculos muy marcados, los pómulos sobresalientes, la nariz ganchuda, las cejas muy pobladas, los labios prietos y arrugas faciales muy marcadas. Llevaba un casco de metal adornado por plumas de vivos colores por encima de la frente, sandalias de cuero, borlas de colores en las rodillas, una túnica color caqui debajo de una pechera de metal y una capa roja amarrada con hombreras de cabezas de puma.

El repiquetear continuo de una gotera en el techo distraía a la chica que parecía un poco más excitada que los demás. El gnomo jugaba con sus orbes flotantes sin ningún interés, mientras que el caballero de armadura miraba cada cierto tiempo a la chica y al camino. Sólo el hombre que iba de último miraba vigilante cada paso que daba el grupo.

Al final del pasadizo se toparon con una puerta pequeña y destartalada. El caballero de armadura se adelantó para abrirla, pero la chica lo detuvo tocándole gentilmente el brazo. Ella se acercó, examinó la puerta que apenas colgaba de sus goznes y de su alforja sacó una cartera con diferentes ganchos y punzones. La chica se agachó encogida hacia un lado de la puerta, como escarbando o revolviendo algo por ese sitio. Primero se movía suavemente, se detenía cada cierto tiempo y cambiaba de instrumento, luego giraba o escarbaba algo con mucho más vigor hasta que de ese lado sonó un ¡Clic!

Ella saltó hacia atrás y del techo del túnel cayó violentamente una reja de lanzas con grandes y filudas púas de metal. Del piso del umbral de la puertucha se abrieron varios pequeños agujeros desde donde se podía ver las puntas de lanzas dispuestas a salir, pero sólo se movían como agujas de un reloj malogrado, hacia arriba y hacia abajo sin emerger finalmente.

La reja del techo sólo alcanzaba hasta la mitad del túnel, haciendo que el grupo de aventureros pase a gatas a través de la puerta de la trampa. El que tuvo más problemas para pasar fue el hombre de la capa roja. Iba a tener que pasar rampando, pero dobló algunas lanzas a punta de patadas y pasó gateando también.

Del otro lado había otras tres puertas más. Pero estas se veían sólidas, de hierro muy grueso, se abrían hacia afuera y estaban a punto de cerrarse.

- ¡Master Blaster! - dijo el caballero de armadura - ¡Tú ve por la puerta de la derecha! ¡Alsory y Lara vayan por la de la izquierda! ¡Yo iré a la del medio! ¡No dejen que se cierre ninguna de las puertas! ¡Luego decidiremos a cual entrar!

El hombre de la capa roja silbó, lanzó un par de gruñidos y entonces corrió hacia la puerta derecha. Los demás asintieron y corrieron a intentar retener las puertas. De las manos del gnomo salieron unas garras gigantescas y etéreas de color azul que cogieron la puerta ayudando a la chica que jalaba con un aparato mecánico que ella había sacado de su alforja y le daba cuerda con una manivela. El hombre de la capa roja jalaba la puerta y a pesar de su corpulencia, sudaba y hacía muecas de esfuerzo para detener la puerta, lo mismo que pasaba con el caballero de armadura.

RINOMAXWhere stories live. Discover now