3 historias inconexas

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Primera historia

— ¡Una patada! ¿Puedes creerlo? — dijo la mujer a su marido medio dormido — ¡Ese viejo gordo asqueroso! Así entró, todo sudando con esa mano robot que se le movía así, como si estuviera viva.

— Debe tener plata — balbuceó el hombre envolviéndose entre las sábanas.

La habitación desordenada tenía una ventana que daba a la calle por dónde se colaban las luces de neón y la bulla de la noche.

—¿Por qué lo dices?

— Por gente loca que no necesita prótesis y se los pone solo por moda — dijo el marido somnoliento —. Si una prótesis normal, que no hace nada, cuesta un dineral. ¿Cuánto estará una mano robot que se mueve sola?

— No es una prótesis normal, mi amor. El tipo la reluce, toda brillosa. Parece que le da orgullo mostrarla por encima del traje.

— Ya te lo digo. Tiene plata.

— O sea que, ¿todos los que tienen plata pueden abrir las puertas de una patada?

— ¡Sí! ¡No! ¡O sea, no debe ser! — el marido se volteó hacia ella — ¡Solo digo que para tener una mano robot se necesita mucho dinero! Tisha ¿Ya me puedo dormir?

La mujer se mordió los labios y asintió con una sonrisa.

Afuera, muy lejos, alguien estaba haciendo una fiesta. Tisha apenas escuchaba el rumor de la música. Por la ventana pasó un móvil volando. A esas horas todo el mundo se pasaba la ley de no volar a más altura de 20 centímetros. Seguro algún patrullero lo perseguiría, siempre pasaba. Ella se preguntaba qué estaría pasando en Tierra Santa que era de donde venía. Se sentía rara al estar viviendo tan lejos. Theregish tenía un clima más seco y siempre hacía calor. Siempre su marido se tumbaba en la cama y roncaba como ahora. Siempre había algo. Siempre.

—Sólo digo que el señor Tiret es ciego. Y aunque vea con ese visor, siempre debe haber respeto, ¿no?

Su marido contestó con un ronquido más fuerte.

"El señor Tiret habrá sido muy pobre", pensó Tisha. "Esa prótesis que lleva es sólo para gente sin plata". Cuando lo besaba le quitaba la prótesis de la cara. Era fastidioso acariciarlo con ese antifaz de plástico y metal en la cara. Esos ojos blancos, sin vida; esa piel con marcas abultadas debido a las cirugías y las marcas negras por el uso de la prótesis; los puntos metálicos que sobresalían de su cara. Todo eso la asustaba. Pero ese rostro hermoso y esos cabellos rubios le hacían olvidar todo.

Tiret Jandki era delicado, su piel era suave. Se estremeció al recordar todo eso. Sintió ganas de tocarse, pero su marido la distrajo: se movió e hizo un sonido extraño con la nariz. En cierta forma le había recordado a aquel tipo escandaloso con su mano robot. El viejo Yuolza se parecía a su esposo, los dos estaban gordos y sudaban mucho. Y los dos eran groseros y sin tino para vestirse. Ella manejaba todas las reuniones del señor Tiret y jamás en su vida había sacado cita ese tipo. Ni siquiera había mandado un mensaje. Nada. Había llegado gritando como si toda la oficina fuera suya.

El viejo gordo estaba acompañado con otro hombre, un gigante con cara de imbécil. Tisha había temido por el señor Tiret, que estaba solo. Hacía ya una semana que su último guardaespaldas había muerto. "¡En mi vida se me iba a pasar que iba a estar escuchando por una puerta!", recordó. "El viejo quería que su hijo fuera el guardaespaldas de mi Tiret. ¿Debía decirle así? ¿Era suyo?".

Tisha sonrió cuando recordó que el señor Tiret le había dicho al viejo que no, que presentara a su hijo al concurso como todo el mundo. Lo dijo así tan elegante como él era. Con esa copa diaria de licanto que siempre bebía. Siempre despacio, delicado.

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⏰ Última actualización: Feb 13, 2023 ⏰

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