De cómo se conocen Mark y Lara

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Un disparo calentó el aire cerca de su cara y quemó una rama seca frente a ella.

Lara cayó sentada y las lágrimas se detuvieron. Asustada, giró hacia todos lados intentado notar algo en la oscuridad. Escuchó, lejos, un par de sonidos, como un silbido grave, que cortaban la noche.

Otra rama carbonizada en el acto y el bosque se partió con los chillidos de Lara. Se lanzó a correr hacia donde sea, con tal de no recibir otro disparo.

Una persona entrenada, que corre con regularidad por el campo y en una zona conocida se puede mover con facilidad por un bosque viejo de árboles secos como ese. Y Lara se la pasaba entrenando, sí, pero en los videojuegos, con un buen tazón lleno de frituras y generosas cantidades de whagh [1].

Al cuarto tropezón, bañada en barro y las rodillas arañadas, decidió terminar con su huida. Ella se iba a suicidar ese día (o noche) y la manera de realizar el trámite no invalidaba el resultado. Además, correr así antes de morir manchaba su dignidad (y su ropa, la elegida para que encuentren un cadáver con mucha clase y de estilo casual).

Se enderezó, se sacudió las ropas y con paso marcial caminó hacia, donde suponía, venían los disparos. Se imaginó como en el final de una película, con música de fondo, donde el héroe acepta su destino final. El silencio de la noche era cómplice de la escena.

Hasta que oyó el crujir de las hojas y el rumor de unos arbustos. "¡Ay, no! ¡Hay alguien cerca!", pensó y corrió y se cayó más veces que antes.

Luego de dos pasos y tres caídas más adelante, le pareció ver un enorme hoyo. Lo pensó un momento, midió el agujero (o lo que podía ver de él en la oscuridad), miró detrás, retrocedió un poco, aspiró fuerte y, de manera muy agraciada, saltó estirando todo su ser hasta darse de bruces con un árbol.

Pero había algo raro en el árbol. Por lo general los troncos acostumbran ser duros la mayor parte de su tiempo y no dicen "¡Au!".

Lara se incorporó. Se convenció que los árboles no llevaban ropa de guardia de seguridad y mucho menos armas tan grandes que se necesitaba dos manos para llevarlas. No gritó; al parecer a su cuerpo le parecía buena idea quedarse paralizada justo en ese momento.

- ¡Hey Lizandro! ¡Aquí hay una! — dijo el no—árbol.

Llegó otro tipo; tan grande, que oscureció más la noche. Se alumbró todo cuando ambos prendieron unas linternas tenues. Lizandro tenía cara de idiota y el otro tenía varias cicatrices en el rostro, las cejas enormes y negras y una nariz muy deforme.

"Me van a violar", pensaba Lara, cada milisegundo.

- ¡Oooohh! ¡Una colorina! [2].

"Me van a violar", pensó Lara.

- No sabía que había colorinas trabajando aquí — continuó Lizandro con su voz de idiota.

"Me van a violar", se repetía Lara, mientras buscaba una piedra entre el barro y las ramitas.

— Yo tampoco — contestó el otro tipo — pero ya sabes lo que tenemos que hacer.

"Me van a violar".

— La vamos a violar — dijo Lizandro.

— La vamos a violar... ¡¿Qué?! — respondió el otro.

— ¡Sí!

— ¡Seeee! - se quejó Lara, llorando y tosiendo - ¡eh! ¡eh!

— ¡No!

— ¿No? — dijo Lizandro mirando al otro.

— ¡Noooo! ¡cof! ¡cof! — siguió quejándose Lara.

— ¡No! ¡Aquí nadie va a violar a nadie!

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