Capítulo Quince

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Escuchaba voces a mi alrededor. Mi cabeza zumbaba y palpitaba a medida que iba recobrando la conciencia. Un sabor amargo se esparcía por mi garganta. Abrí los ojos lentamente, pero mi vista no estaba enfocada, solo veía sombras. Pestañeé varias veces, seguidas de un fuerte apretón de párpados, luego me forcé a abrir los ojos. Durante unos segundos la habitación en la que reposaba daba vueltas. Me encontraba mareada. Veía casi todo doble. Se me revolvió el estómago y sentí cómo un ácido se asomaba por mi garganta. Quemaba todo a su paso. Gemí de dolor.

Estaba en una superficie suave que me abrazaba con cada movimiento doloroso y costoso que realizaba... supuse que era una cama. Me sentía desorientada; perdida.

Poco a poco las siluetas que me rodeaban comenzaron a tomar color y forma. Cuando mi vista dejó de fallarme lo primero que pude observar fue la gigantesca lámpara que se desplegaba encima mío. Era una araña, tenía varias luces y estaba rodeada por cristales y decoraciones que posiblemente valían más que mi casa entera... Y ahí lo recordé, esta no era mi casa. Noté mi garganta reseca y amarga. Un sentimiento de dolor dominaba todo mi cuerpo. Remojé mis resecos labios y giré la cabeza. Cada hueso de mi cuello crujió. Volví a pestañear. Las fuertes luces lograron encandilarme. A mi costado vi un gran ventanal que dejaba expuesta la oscuridad de la noche. ¿Ya había anochecido? ¿Cuánto tiempo llevaba inconsciente? Al intentar mirar hacia el otro lado puede experimentar una sensación de frío. Luna sostenía un pedazo de hielo sobre un lado de mi cabeza. Volví a recostarme. El sentimiento de mareo y náuseas no parecía querer dejar mi cuerpo. Llevé una de mis manos hacia mi frente; la moví hasta que sentí mi cabello húmedo y frío. Debajo había un chichón; debía dejar de golpearme.

—¿Elena? –Sentí cómo llamaban mi nombre. Las voces me golpeaban como camiones. Volví a cerrar los ojos.

Traté de reincorporarme, pero mis huesos fallaban. Crujían con cada movimiento, amenazaba con quebrarse. Mi mente daba vueltas mientras intentaba recordar, vagamente, qué había sucedido. Mi tortura física comenzó a descender con el paso de los minutos. Debía dejar de accidentarme o no llegaría a fin de año. Mi estómago daba vueltas y percibía cómo las náuseas amenazaban con salir en cualquier momento. ¿Qué hice para terminar acá? Tomé una bocanada de aire y me empujé hacia arriba para lograr sentarme. La cabeza aún me daba vueltas. Padecía un dolor insoportable, como si alguien estuviera apretando fuertemente sus manos en ella; al igual que aquellos juguetes que se encogen cuando los estrujan. Mis sesos me saldrían por las orejas en cualquier momento. Sentí cómo un ácido avanzaba rápidamente por mi garganta. Tapé mi boca y obligué a tragármelo una vez más. Con gran esfuerzo me deslicé por la cama zafándome del agarre de mi amiga. La miré y luego, al cambiar mi vista, capté a Kate del otro lado de la cama. Me aliviaba saber que ellas estaban ahí, aun así, no fue suficiente para mi curiosidad. Necesitaba saber dónde estaba.

Centré mi vista en alguien que se encontraba frente a mí ofrecién- dome un vaso de agua y una aspirina:

—Tomala, va a calmar el dolor –insistió Zelina. Sus ojos azules resplandecieron bajo la luz. La observé confundida hasta que recordé. Recordé todo lo que había sucedido. No sé cuánto había pasado desde que apareció Theo en mi casa, pero juraría que una eternidad.

Dudé de la oferta, pero el dolor que recorría mis extremidades era más fuerte que mi orgullo y la tomé.

Examiné la aspirina que ahora reposaba en la palma de mi mano. Era de un color violeta con manchas verdes claras. Jamás la había visto antes... en ninguna parte. Bajé un poco del agua fría e inmediatamente mi garganta me lo agradeció. Podía sentir cómo humedecía cada parte quitando el sentimiento de sequedad.

Moon Night Where stories live. Discover now