Capítulo Veintiuno

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Caminábamos por las oscuras calles de Buenos Aires hacia la casa de Félix. Estábamos solos caminando a la par en la avenida desolada. Debido al tumulto de gente, Félix tardó en encontrarme y, como todos estábamos en peligro, el resto se adelantó y salieron antes. Me subí el cierre de la campera de cuero para evitar enfermarme. Pocos autos transitaban a esta hora haciendo que el ambiente sea aún más silencioso. Con las horas se había levantado una leve, pero fuerte, brisa otoñal. Mis cabellos se volaban hacia atrás dejando mi rostro completamente al descubierto.

Estaba un poco molesta por cómo se habían desencadenado las cosas; por primera vez la estaba pasando realmente bien. Estaba disfrutando del momento hasta que Félix llegó y me arrastró fuera sin ninguna razón. Un silencio sepulcral nos rodeaba, ninguno había soltado palabra ni parecía tener intención de hacerlo. Tan solo habíamos recorrido unas cuadras y no aguantaría mucho más así, menos todo el camino... necesitaba respuestas.

—¿Vas a explicarme qué está pasando? –pregunté molesta.

—Ya te dije que esperes, Elena, cuando lleguemos a la casa te enterarás –contestó rápidamente. Bufé enojada.

—¿Acaso te olvidaste de nuestra promesa? Parece que solo yo la cumplo... ¿cómo se supone que confíe en vos si sos incapaz de explicarme qué pasa?

—Elena, es simple. Detectamos una sombra dentro de la casa. ¿Podrías, por favor, esperar a que lleguemos? –pidió mientras volteaba a mirarme–. Confía en mí, ¿sí? –Apreté la mandíbula furiosa. Si no me decía cuando llegáramos iba a torturarlo hasta que confiese.

Observé el cielo, sereno y oscuro. Algo aún daba vueltas en mi mente. Seguro que era una tontería inventada por mi imaginación; pero no podía evitar pensar en eso. Más aún luego de los comentarios e insinuaciones de mis amigas. Miré a Félix de reojo. Parecía distraído. ¿Debería preguntarle al respecto?.. Quizás pensaría que estoy loca por el simple hecho de asumirlo.

—No tenías por qué tratar así a Santiago –comencé. Me analizó molesto. Yo mantenía mi mirada firme en el horizonte, no quería voltear a mirarlo.

—Ese tarado no se movía; no tengo paciencia para tratarlo con amabilidad. –Medité sus palabras. Por una parte tenía razón, Santiago se le había puesto en el medio varias veces... pero sabía que sus intenciones no eran malas–. Deberías haber estado cerca de mí o al menos responder el celular. Las cosas podrían haber salido terribles –me reprochó.

—Yo puedo estar con quien quiera. Que seas mi guardián no implica que tengo que estar pegada a vos... también tengo una vida. –Ya tenía suficiente con mi madre y su contante y exagerada protección. Me gustaba ser lo más independiente posible y no dejaría que nadie me quitara eso. Ni siquiera un chico; menos que menos un chico.

Entiendo que Félix tenga una misión, eso no implica que tengamos que ser carne y uña las veinticuatro horas del día. Suspiró aún más enojado.

—Elena, solo intento hacer mi trabajo, ¿sí? –Volteé a mirarlo–. Intento protegerte.

—Eso no te da derecho a tratar a la gente como se te da la gana. Santiago no tiene idea de la situación... solo estaba siendo amable conmigo. –Sabía que Félix tenía razón esta vez; pero yo continuaba empujando. Me molestaba que siempre se saliera con la suya solo porque estaba al mando de la operación y porque "intentaba protegerme"–. Idiota –murmuré entre dientes devolviendo mi vista al frente.

Félix bufó molesto.

—Consentida –dijo sin siquiera voltear a mirarme. Elevé una ceja, ¿acaso él, de todas las personas, me llamaba consentida?

Moon Night Where stories live. Discover now