12. Delicate

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—Me cago en su vida. —murmuró Miriam molesta, mientras se revolvía en la cama.

—Que paren. —se quejó Amaia, refiriéndose a los golpes. —¿Están haciendo obras o qué?

—Es alguien picando a la puerta.

—Pues que se vaya a dormir. —dijo dándose media vuelta y acomodándose la almohada para volverse a dormir.

Miriam alargó el brazo hasta la mesilla y desbloqueó el móvil para mirar la hora. Las 11:02. Resopló. Pero si se habían ido a dormir casi a las 6.

De repente los golpes pararon. Miriam respiró aliviada y se volvió a tumbar en la cama, cerrando los ojos y disfrutando del silencio. Que por desgracia duró muy poco, pues no tardó ni un minuto en empezar a vibrarle el móvil, haciendo que resonara por toda la habitación.

—Miriam. —se volvió a quejar Amaia.

—Joder. —resopló la gallega, incorporándose para coger el teléfono, pero justo cuando estaba a punto de tocarlo dejó de vibrar. Se quedó inmóvil durante unos segundos. Hasta que volvieron los golpes de la puerta. —En su vida, en su estampa y en sus muertos me cago.

Se levantó enfadada, caminando a largos pasos hacia el recibidor. Los vecinos de abajo estarían contentos con las trompadas que estaba dando. Pero estaba cabreada. Quería dormir y había algún impresentable haciéndoselo imposible.

Abrió la puerta con tanta fuerza que por un momento pensó que se iba a desencajar. La puerta o su brazo, no estaba muy segura de qué exactamente.

—¿Qué coño quieres? —dijo de mala gana, sin ni siquiera fijarse en quién tenía delante.

Raoul se la quedó mirando sorprendido.

—Hola. —dijo, un poco cortado.

—Raoul. —suspiró ella. —¿Qué haces aquí? Deberías estar durmiendo la mona.

—Ya no estoy borracho.

—Sinceramente, me extraña. Va, ¿qué quieres?

—Miriam, la he cagado mucho.

La gallega volvió a resoplar.

—¿No puede esperar? —prácticamente se lo estaba suplicando. Tenía mucho sueño.

—Nos hemos liado.

Tardó unos segundos en procesar sus palabras.

—La madre que te parió. —exclamó enfadada, despertándose de golpe. —Me cago en todo Raoul. Anda, tira para dentro. —le ordenó, y el rubio entró en el piso, un poco asustado. —Para una cosa que te pido que no hagas. Una.

—¿Qué pasa? —preguntó Amaia apareciendo en el pasillo mientras se frotaba la cara, con los ojos todavía medio cerrados a causa del sueño.

—Que ya no se puede confiar en nadie. —dijo Miriam, mientras cerraba la puerta.

—No ha sido mi culpa. —se defendió Raoul, caminando hacia el comedor. —Del todo.

—¿Pero qué pasa? —preguntó Amaia, adelantándose al rubio y sentándose en el sofá. Agarró uno de los cojines y se abrazó a él mientras miraba atentamente a Raoul, que se sentaba en la otra punta.

—Que Agoney me ha besado.

Amaia se lo quedó mirando perpleja, sin entender por qué estaban montando tanto escándalo solo porque su novio–

DaylightWhere stories live. Discover now