16. Dancing with our hands tied

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Aitana se sorprendió cuando sonó el timbre, aunque sabía perfectamente quién estaba al otro lado.

—¿Has venido andando? —le preguntó extrañada a Nerea cuando abrió la puerta.

—Sí. —contestó la rubia, dándole un beso en la mejilla. —¿Por?

—Pensaba que aparecerías de golpe en mi casa. Últimamente siempre lo haces.

Aitana cerró la puerta y Nerea colgó su chaqueta en el perchero.

—Necesitaba que me diera un poco el aire. —dijo la rubia mientras se dirigía al comedor.

—¿Pasa algo? —preguntó Aitana extrañada, siguiéndola.

—Tenemos que hablar.

Aitana observó como se quitaba los zapatos y se sentaba en el sofá, con las piernas cruzadas, y después agarró uno de los cojines para abrazarse a él. Era algo que hacía cuando se sentía insegura o tenía miedo, y Aitana sabía reconocer ya la mayoría de expresiones y gestos de la rubia como para dejarlo pasar.

—Eso no suena muy bien. —se acercó a ella. —¿Qué pasa?

—Siéntate.

—Nerea. —le advirtió, pero se sentó a su lado igualmente.

—Sé que te he estado ignorando todo este tiempo cuando sacabas el tema, pero es que no estaba preparada para hablarlo, lo siento.

—¿Y ahora lo estás? —le preguntó, agarrándole una mano y acariciándola con el pulgar.

—Aitana, ¿tú qué quieres?

—Estar contigo.

—No, lo digo en serio.

—Estar contigo. Me da igual dónde.

—Aitana, no es como si te estuviera proponiendo venirte a vivir a Londres conmigo. No es otro país, es otro universo.

—Lo sé.

—No, no lo sabes. —Nerea apartó la mano del agarre de la otra chica, frustrada. —No volverías a ver a tu familia, ni a tus amigos. Perderías tu carrera musical, lo perderías todo.

—No todo. Te tendría a ti. —dijo con una pequeña sonrisa.

—No soy más importante que toda tu vida. No puedo serlo.

—Nerea, eres–

—No lo digas.

Aitana bajó la cabeza, apenada.

—Si yo te pidiera que te quedaras... ¿no lo dejarías todo por mí?

—Claro que sí. Y eso es lo que me da miedo.

—¿Nuestro amor te da miedo?

—Perderte. Otra vez. Tenerlo todo y volverlo a perder.

—Nerea.

—No hagas promesas que no puedes cumplir.

Aitana suspiró.

—Yo también tengo miedo de perderte. —confesó. —¿O es que te crees que eres la única? Pero es que si nos volvemos a separar, cada una en un universo... ese miedo se vuelve realidad.

—Pero–

—Mira, mi trabajo me da igual.

—¡Pero si era tu sueño! —exclamó Nerea.

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