Capitulo 2

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-Las manos, señora Cavender.

Mason aflojó los puños. No podía dejar de pensar en Vienna Blake y en sus arrogantes amenazas.

Reduciré los edificios de tu familia a escombros, talaré vuestros árboles y venderé a todos los animales de la finca al matadero.

Puta despiadada.

Mason no dudaba de la crueldad de Vienna, pero había dejado que la llevara a su terreno al colarse en Industrias Blake presa de un arrebato. Su abuelo había pasado sus últimos días en un manicomio, antes de suicidarse. ¿Acaso ella también estaba perdiendo el juicio? ¿Cómo se le ocurría plantarse en campo enemigo con el Winchester cargado?

Debería sentirse agradecida por que Vienna la hubiera dejado marchar, pero el indulto le quemaba como si fuera ácido. Vienna se la había quitado de encima como si fuera un insecto molesto. Como siempre, su actitud condescendiente ponía a Mason de los nervios.

-Observa los músculos faciales -instruyó Stanley Ashworth a su protegido, Havel Kadlec, un delicado joven con una deformidad en la columna que le dificultaba el andar.

-Si, maestro, muy tensos. -El joven estudiaba el rostro de Mason con la fascinación avergonzada de los niños que ven algo que no deben. En el marcado acento británico que había aprendido de Ashworth después de que este lo recogiera de una calle de Praga, continuó-. La mandíbula, la boca, los ojos. Su apariencia es... ¿enfadada?

-Un cambio de música, quizá -sugirió el artista.

Havel tapó el tubo de pintura y cojeó hasta el reproductor de CDs.

-¿Mozart? ¿Shostakóvich? ¿Dixie Chicks? -le preguntó a Mason.

-¿Tengo pinta de que me importe un carajo?

Mason se arrepintió de haber contestado con tanto malhumor. No había ninguna necesidad de pagar su frustración con alguien incapaz de defenderse de la misma manera.

Suavizó el tono y se dirigió a Havel de nuevo.

-Clásica ya me sirve.

Mason miró a través de los altos ventanales. La luz de la tarde cambiaría pronto y podría escapar. Habría querido anular aquella cita y también la reunión que tenía después con el director financiero de la Corporación Cavender. No obstante, Ashworth iba a marcharse de la cuidad en breve para pintar a un senador de los Estados Unidos y había insistido en completar su última figura sentada antes de irse. Mason le debía cierta deferencia, ya que el artista había declinado la oferta de un prestigioso encargo y había cambiado sus planes de viaje en varias ocasiones para acomodarse a lso Cavender.

Pincel en ristre, Ashworth la contempló con ojo clínico. 

-Relájate. No frunzas el ceño. Mantén la posición.

-¿Cuándo podré verlo? -quiso saber Mason.

-Cuando sea descubierto.

Havel cerró la tapa del reproductor de CDs y la conmovedora apertura del  Nimrod de Elgar inundó el estudio con su desesperación heroica. Mason notó que se le encogía el corazón. La famosa pieza de música clásica era una de las que se había tocado en el funeral de su hermano nueve días atrás. Obviamente, Ashworth también recordaba ese detalle y fulminó a su protegido con la mirada, mientras se pasaba un dedo por la garganta.

-Oh, mis disculpas -balbuceó Havel-. Por favor, lo siento mucho.

-No te preocupes -zanjó Mason con sequedad-. Al menos no es Agnus Dei.

El jardín oscuro.Where stories live. Discover now