Capitulo 14

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Mason echó un vistazo a la copa de Vienna y supo que se enfrentaba a un gran desafío. Vienna habría tomado unos tres sorbos de Krug y el Montefalco Rosso estaba sin tocar. Bebía agua con hielo mientras charlaba con el hombre que tenía a su derecha sobre cierto artista. Los camareros retiraron los platos y sirvieron los entrantes. El menú tenía un toque a comida campestre, para no desentonar con el tema establecido en los aperitivos del inicio de la velada. Vienna probó el vino tinto y partió un generoso trozo de hojaldre. Había pedido pastel de pato. Mason empezó a darse cuenta de sus raviolis de setas silvestre y deseó ser mejor cocinera. En casa la mayor parte del tiempo se hacía comida china y había un límite de variedad en las verduras salteadas aliñadas. 

Mientras comían, la conversación a su alrededor giró en torno a las especulaciones cobre el comprador de la casa en la ciudad de los Wildenstein. Seguramente había sido Len Blavatnik, y con eso no hacía falta decir más. También debatieron si valdría la pena pensar asistir aquel año al Art Basel de Miami, dado que se había convertido en un espectáculo. Había algo sucio en los nuevos millonarios arribistas que no sabían de qué hablaban, con sus gafas de mosca, sus latas de Red Bull y sus iPhones, acosando a los coleccionistas famosos para que les dieran pistas sobre qué comprar.

-¿Has ido alguna ves? -le preguntó Vienna a Mason.

.No es la idea que yo tengo de diversión.

-Yo delego -explicó Vienna-. Uno de mis empleados más antiguos en un yonqui del arte, así que le envió a él como representante. Sabe cómo ceñirse a un presupuesto.

-¿No quieres ver antes las piezas que compra?

-Me envía fotografías con la BlackBerry -sonrió Vienna-. Sólo las veré cuando entre en el edificio. La colección de los Blake es estrictamente comercial.

¿Y qué haces para divertirte tú?

Vienna le miró los labios a Mason un instante antes de apartar la vista. En lugar de un sorbo, esta vez dio un buen trago de vino.

-No tengo mucho tiempo para aficiones.

-Adoptas muchos caballos -apuntó Mason-. Eso es algo muy noble. Si necesitas ayuda alguna vez, llámame.

-Gracias -musitó Vienna moviendo un trozo de comida de un lado para otro del plato. Entonces dejó el tenedor, como si acabara de encontrarse una cucaracha en su vol au vent-. Me he enterado de que estoy en deuda contigo.

 Si tú supieras.

Mason se encogió de hombros.

-No es nada. Rick también me ayuda.

-No sabía que cuidabas a mis animales cuando necesitaba descansar. Realmente deberías enviarme una factura por esos días.

-¿Cobrarte por mis servicios? -Mason no pudo evitar curvar los labios en una sonrisa-. Ni se me pasaría por la imaginación.

Vienna alargó la mano hacia la copa de vino y bebió sin reparos, claramente traspuesta por el doble sentido de las palabras de Mason. En un intento de devolver la jugada, dijo:

-Odiaría aprovecharme de ti.

-¿De verdad? No es esa la impresión que tengo -replicó Mason, abriendo el corazón de la alcachofa que acompañaba sus raviolis y empezando a separar la piel cuidadosamente-. Lo cierto es que demostraste lo bien que lo pasabas muy ruidosamente la última vez que... te aprovechaste de mí, si no recuerdo mal.

El suave respingo que se le escapó a Vienna fue innegable. Mason suponía que Vienna intentaba aparentar calma y serenidad, pero la sombra sutil en la curvatura de la clavícula delataba la tensión de sus hombros. El pulso le latía con fuerza en la base del cuello. No dejaba de mover los dedos, tamborileaba en la mesa o recolocaba los cubiertos sin parar. Con una carcajada seca, trató de encubrir su incomodidad.

El jardín oscuro.Where stories live. Discover now