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El sol despunta en el cielo parpadeando sobre las ventanas de los edificios y acunando el cuerpo acurrucado en la azotea. Su ropa se ha secado, pero la grava ha dejado miles de lunares y marcas sobre su lado izquierdo. No es un buen colchón. Al levantarse cada músculo de su cuerpo se queja dolorido. Y desde su nueva perspectiva ve una figura cotidiana sentada en el borde del tejado, con una voluta de humo reptando en vertical sobre su cabeza rumbo a las nubes. La otra chica, no está. Se ha ido. Sin embargo, su olor permanece. Entiende porqué al mirarse... La chaqueta no es suya. Una sensación extraña se apodera de su estómago formando un nudo. Lo único que sabe de esa persona es que huele bien. Al meter las manos en los bolsillos toca algo metálico y frío. Lleva una cadena que se enrolla en los dedos para sacarlo y descubrir un bonito reclamo... ¿De ángeles? ¿Es así como se llaman?

Sin pensarlo mucho se lo cuelga al cuello.

─ ¿Era guapo? ─ Pregunta él mirando al horizonte. En su voz no hay rastro de reproche o inquina, sino curiosidad.

─ Era una chica.

Eso parece pillarle por sorpresa, pero no lo suficiente como para que se de la vuelta. Una nueva calada.

─ ¿Era guapa?

─ No lo sé.

Sorpresa, de nuevo.

─ ¿No lo sabes?

─ No. No la vi. Tenía los ojos cerrados.

─ Ah...

─ Se ha ido.

─ Eso parece.

─ ¿Crees que volverá?

─ ¿Quieres que vuelva?

─ Tal vez... ¿Lo hará?

─ Tal vez.

Por fin se levanta, dejando caer el cigarrillo al vacío. De un salto abandona el bordillo para volver al tejado y observarla risueño.

─ Ahí abajo están todos groguis. He conseguido algo de pasta...¿Tienes hambre?

─ Te devoraría de pies a cabeza.

─ Puedes hacerlo, luego. Vamos.

Juntos abandonan su refugio pasajero en busca de alguna cafetería no muy abarrotada en que la tranquilidad les deje desayunar. Él mira ambos lados de la carretera para no perderse por despiste algún local que le sirva. Ella sigue pensando en la chica de ayer. ¿Quién sería? ¿Y por qué se fue? Dijo que no lo haría. El balanceo del reclamo que lleva al cuello le recuerda que no se ha ido.

─ Mira, este servirá.

A paso tranquilo se internan en una cafetería en la que mesas, sillas, barra y suelo son de madera. Estornuda. Una mujer con poco más de cuarenta años ladea el rostro para observarlos hasta que toman asiento al lado de un gran ventanal. Va vestida con un uniforme naranja que le tapa hasta las rodillas y un delantal blanco con el nombre del establecimiento. Constelaciones de café, tomate y demás condimentos inidentificables forman un universo en el lienzo blanco en el que se aclara las manos tras terminar de lavar una copa.

─ Ahora mismo voy. – Les dice con voz ronca.

Él asiente y entrecruza las manos sobre la mesa mientras choca un pulgar con otro.

─ ¿Y qué tal tu noche?

─ Fue genial. Hice muchos amigos, ¿Sabes?

─ ¿Y dónde están?

Él se encoge de hombros antes de meterse una mano en el bolsillo y sacar una servilleta arrugada que ella recoge y desdobla. Una dirección garabateada con prisa aparece sobre el papel.

Our Last JourneyWhere stories live. Discover now