Sólo otra cita

32.8K 1K 174
                                    

Mario reconoció que la voz de su hermano provenía de la cocina, y de no haber tenido tanta sed, lo habría evitado

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mario reconoció que la voz de su hermano provenía de la cocina, y de no haber tenido tanta sed, lo habría evitado. Al encontrarlo, desarreglado, malhumorado y bullicioso como siempre, sólo lo saludó con un leve asentimiento. Su madre y su hermano siguieron discutiendo. De la nada ya no le resultó tan agradable estar en casa. Mario decidió comenzar a prepararse para su cita con Lucy.

     Salió dos horas antes del tiempo pactado. No pudo evitarlo. La voz de su hermano lo irritaba, la complicidad de su madre lo confundía, las palabras que entre ambos compartían lo ponían de mal humor. Cuando quería comprender por qué era así, detenía sus pensamientos y buscaba distraerse. Muchas veces se preguntó si este mecanismo obedecía a temores más profundos que todavía no alcanzaban a tomar forma dentro de su cabeza. Era una pregunta que tampoco se atrevía a responder.

     Nunca había imaginado siquiera que un divorcio podría llegar a ser tan complicado. No había pensado en ello quizás porque su padre no los abandonó, sólo murió, o quizás porque su hermana, la mayor, parecía llevar una vida tranquila en el extranjero junto a su esposo y dos hijos. Él, que todavía vivía en casa de su madre y no había pensado gran cosa sobre tener familia, a veces se preguntaba por qué a cierta altura de la vida la gente tendía a obsesionarse con ello. A Roger, su hermano, no le había ido muy bien, y Mario temía —y temía aún más ser el único de la familia en pensar así—, que todo era culpa de Roger.

     Mario se acercó al parque en que había quedado de verse con Lucy; no harían gran cosa, una película, un helado y a caminar. A Lucy le gustaba caminar, platicar, tomarle fotos a cosas cualquiera que se encontraba por el camino. Con treinta años, le parecía un tanto infantil, él que era seis años menor, pensaba que era infantil, lo que hacía que se incomodara un poco. Tampoco sabía por qué. Ese era el gran problema de Mario, nunca se detenía a pensar en las cosas.

     Mientras esperaba se dedicó a observar. No entendía esa manía de las adolescentes a tomarse tantas fotografías. Era lo que estaba haciendo un grupo de amigas que divisó no muy lejos de él, debajo de un árbol de copa enorme. Una de ellas se levantó. Mario le dedicó una mirada más prolongada porque le llamó la atención lo largo de su cabello, en comparación con su falda, mucho más corta. Esto, sin embargo, no justificó el que se le quedara viendo más tiempo de lo planeado. La muchacha, de piernas bonitas, se agachó ligeramente, y Mario sintió vergüenza de sí mismo al notar cómo esperaba que la muchacha terminara de agacharse para ver un poco más. En ese instante, la muchacha perdió el equilibrio y terminó de revelar lo que él había esperado, pero entonces Mario cerró los ojos con fuerza y contó hasta diez. Cuando los abrió, las amigas reían a carcajada suelta. La muchacha de antes ahora estaba sentada.

     Mario se volteó y buscó donde apoyarse, confundido cómo se sentía, creyó que se había mareado sin razón. Le pareció escuchar la voz de su hermano en la distancia: «así sólo se visten las putas». Mario se estremeció. No había nada en el otro extremo del sendero. Las muchachas ya se habían marchado de su sitio.

Relatos de amores y amoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora