No hay manchas en el techo

7.6K 437 35
                                    

Qué raro, pienso, no hay manchas en el techo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Qué raro, pienso, no hay manchas en el techo. Y se me hace aún más extraño no haberlo notado antes. O quién sabe, quizá sí me había dado cuenta, tal vez me emocione un poco el descubrimiento, el creer que es la primera vez que mi mirada descansa —más tiempo del necesario— en el encielado de tabla yeso. Tal vez no importe.

 Mi garganta como que ronronea algo cansada. Ondea por la estancia agitando levemente las cortinas mientras la luz de la televisión corta de a poco la oscuridad. Algo así me duele también. No, en realidad no me duele, es sólo una pequeña incomodidad, mi voz que suena sin decir nada y el techo limpio, blanco, inmaculado que comienza a agitarse con más fuerza dándome la sensación de que estoy por golpearme en la cabecera de la cama.

Me sostengo de las sábanas, sólo puedo sujetarme con una mano porque la otra está perdida en un pecho, en ese golpeteo que viene y va, que con violencia parece martillar mis propias costillas aunque no esté dentro de mí. Pienso: tengo un ensayo pendiente así que hay que leer lo asignado, decidir el tema y luego escribirle al profesor para que lo apruebe, porque es un ensayo grande y me lo ha pedido a mí para la revista de la universidad. Mi primer trabajo serio como practicante.

Pero estoy allí, acostada, temiendo que las ideas se me vayan si llego a golpearme la cabeza. El encielado es una página en blanco. Espero que mi actitud ante el teclado no sea la misma. Me desespera un poco la idea y entonces me sujeto más de la sábana y de ese inquieto pecho, pendiente de la cabecera y de los anuncios que suenan de tanto en tanto con descuentos falsos y créditos eternos.

También tengo que ir al supermercado, lo recuerdo al escuchar otro comercial. No sé. Últimamente he estado tan ocupada que no me ha dado tiempo de nada. Quizá sea algo de eso y no otra cosa. ¡En fin! Que estoy ahí, pensando que debo ir al supermercado mientras manos que no son mías me sujetan en el mismo lugar. Siento mi piel sudar ahí de dónde la sostienen. Es sofocante. Me hacen sentir rara porque dudo de ellas. O sólo es el estrés. Y sí, el cansancio, por eso no me entra nada en la cabeza y hay cosas que dejándolas pasar suceden más rápido y crean menos conflictos. Qué sé yo. Que si termino rápido me voy al supermercado y luego a leer porque el ensayo no se va a escribir sólo y quiero impresionar a mi asesor porque podría ganarme una plaza y eso me sacaría de muchos aprietos.

Decido que mi voz debe sonar más deprisa, necesitada, no porque sienta algo sino porque ya sé que así todo terminará antes. Escucho la cancioncita tonta de un anuncio comercial. Noto la luz partirse en una espalda que no es mía, rodear hombros que no son míos y ensombrecer facciones que me resultan ajenas. A ti no te conozco, no, o de hecho sí, sólo no te conozco cuando hacemos esto, que yo ya no sé qué es ni por qué lo hago.

No hay manchas en el techo. Aunque me parece verlas cuando cierro los ojos para sobrellevar mejor sus espasmos. Algo se escurre húmedo desde mis caderas, el sudor que se desliza cuando me suelta. No dice nada, sólo jadea un poco y se voltea a ver la televisión; el aparato es más expresivo de lo que soy yo en ese momento.

Relatos de amores y amoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora