Mi lugar en este mundo

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Y qué podía decir en ese momento

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Y qué podía decir en ese momento. La sangre me corría, espesa, brumosa de confusión, en un estado que parecía haberme elevado hasta otro mundo, porque no podía creer que en este, sobre el que estaba parada, me hubiera sucedido semejante cosa.

Se me ocurrió que quizás papá, mientras escuchaba al doctor, no quería verme, por eso prestaba una atención que usualmente guardaba para sí mismo. Me convencí de que en ese momento él estaba pensando en lo infructuosas que habían terminado siendo las clases de defensa personal.

Pero de infructuosas nada, ya las había puesto en práctica en la escuela cuando un grupo de idiotas quiso hacerme el blanco de su abuso, y en dos ocasiones más, cuando intentaron asaltarme de camino al colegio. Es que de eso ni va la cosa. Al menos no quiero creerlo así porque significaría que tengo que estar en guardia hasta en el baño de mi casa, y la sola idea resulta agotadora.

Sí, resulta agotador ese «tenés que cuidarte». Literal, te tenés que cuidar de todo, y así cómo. ¿Cómo disfrutás el parque, el bailar con tus amigas o una tarde con tu perro en el porche de la casa? A las chicas que se saltan estas indicaciones se les acusa, más que de víctimas, de perpetradoras. ¿Pero perpetradoras de qué, si se puede saber? ¿De la libre diversión? No parece haber sido sólo diversión si llevás minifalda, y si hay algo, ha de ser de esa que todo el mundo busca pero finge que no existe. Es que si sólo iba a divertirse un rato tendría que haberse puesto una falda más larga, una blusa menos escotada y el labial debió ser de otro tono de rojo.

Y pues que yo no entiendo, porque llevaba pantalón, sudadera y zapatos deportivos, el pelo en un moño que no se sostenía, mis lentes de pasta gruesa, las uñas mordidas. La emoción. De eso sí llevaba mucho. La emoción de pasar tiempo con alguien a quien querés. Sí, una travesura, o algo así, que las niñas no deberíamos estar pensando en esto. La primera vez. Te sentís especial. Recordás cómo inició todo: el chico guapo dos cursos adelante que durante el recreo se acercó a preguntar por vos. ¿Quién es la chava que juega tan bien al fútbol? ¿La de pelo corto y labios gruesos? ¿La chelita? El cosquilleo de las voces de mis compañeras que se extiende impregnado de emoción. Es la atención, una cosa que nos enseñan a temer hasta que nos mata. No antes. Antes sólo es interés, seducción. ¿Por qué no hay una clase para explicarnos la diferencia?

Papá comenzó a notar los cambios con eso de que llevaba las mejillas más sonrosadas, que me miraba más en el espejo, o que le pedía dinero para comprar brillos labiales. Había repartido tantos besos como pateado balones de fútbol y golpeado sacos de entrenamiento. Alguna vez debí notar cierto espanto en él, alguna vez porque no lo recuerdo. Papá quería decirme muchas cosas, pero sólo me enseñó a ser desconfiada.

Pero la desconfianza ya la tenía; en la calle, al cruzar los puentes peatonales siempre me sostenía la falda del uniforme, y eso que suelo llevar pantalón corto debajo, también comprobaba que nadie se acercara por detrás, ni por el otro extremo. O en el bus, con la mochila en la espalda, primero me asegurada de no haber dejado nada valioso en los compartimientos frontales, luego, que si la mochila estaba lo suficiente abultada para evitar roces. Y en los taxis, hacer una llamada, o fingirla si el saldo no lo permitía, comunicando la hora, el lugar, número de vehículo, la placa si es posible. Y de camino a casa lo mismo, con las llaves entre los dedos y todo guardado en la mochila, incluso el miedo que no debería estar ahí pero con el que parecés haber sido bautizada.

Papá no entendía que esto iba más allá, que medio mundo lo miraba de otra manera. Eso era, el entendimiento a medias, su simplificación. Un acuerdo tácito entre los niños buenos y los malos. Una línea. De arriba hacia la derecha y de abajo hacia la izquierda; y dos colores, rosa y rojo, como el ronroneo de un prejuicio constante que se convierte en ruido blanco.

¿Pero en qué punto se rompe la desconfianza y te permitís bajar la guardia? Cuando te pasan estas cosas te dicen que nunca debiste hacerlo, que, al fin al cabo, sigue siendo un desconocido. Un desconocido al que has llevado a casa, ha comido en la misma mesa con tu padre; un desconocido que te explica matemáticas, te presta sus videojuegos y que cuando te lleva al cine te regresa a la puerta de tu casa; un desconocido que se sabe tu nombre al derecho y al revés, que lo murmura frente a su celular mientras te manda mensajes lindos que si tuvieron algún indicio no lo notaste porque la desconfianza había comenzado a derrumbarse y sólo fue quedando el cariño; un desconocido que te defendió de unos chicos en la cancha mientras jugabas fútbol; un desconocido que te esperaba al terminar las clases para acompañarte medio camino para que fueras más segura y llegaras bien. Es que todos se imaginan que somos unas tontas que nos saltamos todas las alertas rojas habidas y por haber, pero a veces, a veces sólo ocurre una vez, y no es nada, y eso queda guardado hasta que lo olvidás; lo desempolvás cuando yacés debajo de un cuerpo conocido, electrificado por una violencia que no entendés, de un miedo que te paraliza, de una traición que te hace arder de rabia. Hay muchos «quiero que termine» una vez reconocés que tu cuerpo se ha quedado sin fuerza. Te permitís una duda, como para consolarte, porque te falló la desconfianza y no escuchaste a nadie, es algo que resurge, como si hubiera sido implantado en vos desde tu nacimiento, y la pregunta llega, de lo más natural: ¿qué tanta culpa tengo en esto? No lo pensás así, claro, tu cabeza no ordena bien las cosas, no parece procesarlas en orden. Es un zumbido que va tomando forma hasta que te ensordece y, como en mi caso, te termina de paralizar. Este zumbido abarcó todo el espacio en mi cerebro y por eso olvidé todas mis clases de defensa personal, olvidé que tenía puños, piernas y que estos podían moverse. Pero no. Me sentí una cosa. Sí, así sin más, una cosa. Y las cosas no sienten ni se mueven.


Veo al doctor y a mi padre, pero no tengo miedo de ellos, no desconfío de ellos, ¿será que no aprendo? ¿A eso se refiere la gente? Ya ni sé. Es que me preguntaron cosas, me dijeron cosas, y sólo sirvieron para confundirme más. Ponen en duda mi participación en todo esto, ponen en duda si dije algo, pero no si no lo dije, que no decir nada sólo significa una cosa, y yo ya no sé, no sé cómo se supone debe funcionar mi mundo y cómo debo funcionar yo en él. Esto es que has caído en el juego, pensás que estas cosas pasan en otros lugares, en otros barrios. Imaginás una decadencia que nada tiene que ver con las bonitas hojas de las acacias en la avenida que conduce a tu casa, en los charcos que salpican el invierno, en los muchachos que se arman la potra* en plena calle, en las muchachas que se reúnen en las aceras para contarse sus cosas, incluso en el tráfico que te permite ocho páginas de repaso antes del examen.

No tiene sentido, la desconfianza con que te crían y el entorno en el que crecés parecen contrastar, porque te hablan de monstruos, de desconocidos, de lugares sucios, de pobreza, de ignorancia, de insinuaciones, de promiscuidad, de libertinaje. Pero a mí no me violó ningún desconocido que me interceptó en la calle y a la fuerza me metió en un callejón sucio... No, a mí me violó mi novio.  


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*Potra: partidos de fútbol callejero súper improvisadso (balones de plástico, las porterías delimitadas por dos piedras, el travesaño es el cielo xD) que todos los muchachos hondureños se toman tan en serio como si estuvieran disputándose la final de la Champions xD 

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Quise intentar el voseo hondureño, pero verán, es un espagueti de vos, tú y usted infinito xD Salvo por las generaciones más jóvenes criadas por Discovery Kids y las escuelas bilingües que ya adoptaron el tuteo, y cuando el último viejo de esta generación muera creo que así quedaremos xD (Lo intenté,  aunque lo hablo, obvio, se me hizo difícil escribirlo, hasta como hondureña fallo D: xD)

Espero les haya gustado. 

Hasta el próximo relato. Se les quiere <3 


Relatos de amores y amoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora