Wattpad Original
Te quedan 15 partes más de forma gratuita

Capítulo II: Tan amargo como el café

40.3K 760 203
                                    

-Mira, respóndame. No me deje así.

El silencio se prolongó más allá de los vidrios rotos en el suelo. Alcanzó las ventanas y acalló los murmullos de la mañana. Maldije mi arrebato de sensatez en todos los sentidos existentes.

-No me hables de usted, Liz -respondió a la nada, sosteniendo un vaso de aire en la mano.

-¿Eso es todo lo que me va a decir?

Sentí como el corazón se me subía por la garganta, acelerándose con cada uno de los segundos en los que el aire entraba a mi cuerpo de nuevo, con un color que olía a recuerdos olvidados. O esa carta era una estupidez bien grande de Cillah, o una declaración que podría arruinarnos ¿Dónde estaba? ¿quién era esa persona que decía tenerla? Mil preguntas cruzaron mi mente en cuestión de segundos y el panorama de los últimos días no me daba la perspectiva más optimista del asunto.

Mi hermana había partido en una madrugada dejando una nota y los cajones de su habitación totalmente vacíos. Se llevó cada centavo de la caja fuerte que guardaba en la casa. Tan solo dos meses habían pasado de aquello y nos había tomado por sorpresa tanto a Miranda como a mí.

Cillah era una muchacha de casa, obediente y dedicada. Astuta como un zorro, pero de pocas palabras. No era la clase de mujer que se saldría de casa en un berrinche. No había mostrado señales de molestia o descontento, ni durante su adolescencia. Cumplidos los veinte, creí que encontraría un joven con el cual casarse y formar una familia.

Fue nuestra primera sospecha, que habría escapado con un tipo con el que había comenzado a verse semanas antes de su desaparición. Ahora, parecía ser mucho más que eso.

Podría decir que me caracterizaba la pasividad de un ser totalmente racional. Sin embargo, la fecha y el dolor me abrumaban a tal grado de crearme un nudo en la garganta. Contenía las lágrimas con el puro aliento, temiendo que al respirar se desbordaran sin poder controlarlas.

-Ve con la policía Liz, ¿por qué no fuimos antes? -Miranda ahora me miraba, con los ojos enrojecidos. Ella sí podía darse el lujo de llorar.

-¿Acusaría a mi hermana de robo, Mira? Y más importante, ¿a quién vamos a acusar? ¿a una muchacha rebelde que hace bromas a su familia? No tenemos pruebas de nada.

-¿Te estás escuchando? -su tono de voz subió considerablemente, estaba aterrada-. Liz, es tu hermana y tienes esa carta. ¿Qué otras pruebas quieres? ¿acaso quieres verla muerta?

-¡Cállate! ¿De qué me acusas, mujer? -le grité, sorprendiéndome a mí mismo con la mano en alto, totalmente dispuesto a golpearla.

La mirada que me dirigió es de esas cosas con las que cargaré toda mi vida. El reproche de atreverme a levantarle la mano era tácito. Sus ojos cargaban con un rencor reprimido, tal vez por la decepción de verme en ese estado. Se fue en silencio a su habitación, secando la atmósfera de manera repentina. La escuché subir las escaleras con paso apresurado y echó el pestillo de la puerta.

No la vería así de nuevo.

El ruido de la ciudad se hizo presente de nuevo, me permití asombrarme con el hermetismo del que gozan los conflictos. Tal vez toda la ciudad se enteraría de nuestro altercado -o tal vez solo del alboroto que armé- mientras que nosotros jamás nos veríamos envueltos en cualquiera de las cosas que hubieran transcurrido durante esa porción del día. Y así se movía el mundo, haciendo de individuales un colectivo y muy pocas veces al contrario.

Le di un gran sorbo al café después de desplomarme sobre la silla del comedor. No me había dado cuenta que el grifo estaba abierto. El agua corría a los trastos apilados en el pequeño fregador que daba a la ventana. Ahí me cuenta de que Miranda había estado demasiado cerca de la silueta que me había aterrado minutos atrás. Minutos que habían pasado eternos y después indescriptiblemente rápidos. La situación me trastornó. Pasé la mano por mi cabello, escuchando el agua caer.

Sobre el abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora