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Capítulo IX: Juicio y culpabilidad

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Parte II:

Abre los ojos, despierta

El infierno está en la tierra.



Desperté rodeado de una oscuridad penetrante. Lograba ver entrar por un pequeño resquicio en la pared la luz de la mañana. Estaba completamente solo, recostado en una plancha de madera tras unos barrotes paralelos.

El frío de un día que iniciaba en llovizna me penetraba hasta los huesos. Conservaba la ropa del día anterior. Estaba hecha jirones en algunas partes y en otras aun parecía un atuendo decente. Debería dar una pinta bastante lastimera.

Utilicé mis manos para incorporarme, soltando un grito de arrepentimiento tras aquel acto de total inconsciencia. Estaban empeorando, conforme pasaban los días. Deseaba muy fervorosamente que no se hubiesen infectado, o perdería un dedo.

Prefería morir antes de llegar a tan atroces consecuencias, sin embargo no dudé en que faltaría poco para encontrarme con la muerte. Sonreí, mirando al techo, tras darme cuenta que mi mayor esperanza era aquella. Nunca creí ni por asomo que todo el asunto de Z no sería más que una estafa, y ahí estaba yo, esperando despertar de una pesadilla ya demasiado larga.

No estaría en la cárcel. ¿Por qué? No había hecho nada malo. Acerqué las manos a mi cara. Parecía que los vendajes habían sido cambiados por algo más decente. Tal vez se lo agradecería a alguien después, si daba con el paradero de quien fuese el que me curó las manos sin despertarme. ¿Qué tan grave era mi situación? ¿Cuántos días había pasado dormido?

¿Qué día era? Giré la cabeza a la puerta de barrotes para encontrarme con una visión que me paralizó por completo. Sentí como el vello en mi nuca se crispó mientras un escalofrío recorría mi espina.

Ahí estaba Z, mirándome desde fuera. Con una gabardina negra y un sombrero de copa, haciendo un círculo alrededor de sus manos y apoyándose en la barrera para acercarse a mí, luchando contra el espacio que nos separaba.

No estábamos muy lejos. Podía ver el vapor de su cuerpo desprenderse, subiendo por la oscuridad, reptando hasta mí. Comencé a respirar con urgencia cuando sentí la pared a mi espalda empujarme contra los barrotes, lentamente, dejándome sentir la desesperación. Se acercaba segundo a segundo a darme una muerte inminente, para terminar partido en secciones por la delgada línea de la libertad que significaban aquellas barras para mí.

Había algo peor. Estaba siendo arrojado a los brazos de Z. Vi como relamió sus labios cuando me encontré a pocos centímetros de su rostro. El sudor corría por mi cuerpo como un balde de agua fría mientras mis miembros rogaban alargarse y contener la pared que terminaría por matarme, pero los barrotes ardían como brasas, al rojo vivo. Sentí mi piel quemarse y rechinar, soltando un olor gris, ocre. Mil campanas sonaron en mi cabeza cuando la sonrisa de Z se ensanchó. Ya nada nos separaba. Escuché su aliento en mi piel, y olí el sonido de su voz en la nariz, algo tan aberrante que pudo haber salido del mismo infierno.

"Despierta, Lizent"

Y así fue.

Grité, abriendo los ojos para encontrarme con el rostro fundido de Filen en la habitación. El aroma a tabaco envolvía la estancia, que se encontraba completamente normal. El duro concreto a mi lado me devolvió la sensación de realidad.

Una pesadilla.

Tomé aire, mientras vi como el fornido guardia se removía inquieto en su sitio. Tenía entre las manos regordetas que sin cesar, estrujaban y encogían una pequeña insignia de policía, su gorra azul.

Sobre el abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora