Capítulo 36

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Alice pateó, golpeó, mordió, se retorció e hizo lo imposible y más para que la dejaran en paz, pero no fue capaz de librarse de los guardias. Terminaron prácticamente arrastrándola por los pasillos y las escaleras hasta la planta baja, y de ahí al exterior del edificio. Fue entonces cuando Giulia terminó su paciencia y le dio un golpe seco en la boca, dejándola quieta el tiempo suficiente como para que la ataran con fuerza en las muñecas y los tobillos.

Alice levantó la cabeza cuando la sujetaron del pelo y le pusieron otra venda, esta vez en la boca. Vio que su padre se quedaba mirándola desde un lado, sin decir nada. Finalmente, se acercó y la miró con cierto escepticismo.

—No la golpeéis si no es absolutamente necesario —dijo a Giulia—. No he tardado tanto en encontrarla como para que ahora dañéis el sistema.

¿Sistema? Alice intentó hablar, pero solo se escuchó un murmullo detrás de la tela que le cubría la boca. Además, su padre ya se estaba alejando de ella y subiéndose a uno de los coches.

—Quieta —le dijo Giulia, agarrando algo de la mano de su compañero y clavándoselo a Alice en el cuello.

Se quedó dormida antes de poder pensar en lo que estaba ocurriendo.

***

Cuando abrió los ojos de nuevo, le dolía la cabeza. Parpadeó varias veces cuando notó que no podía moverse —y no tenía muchas fuerzas para ello— y vio que estaba siendo transportada por alguien por un camino de piedra que no había visto en su vida. Levantó un poco la cabeza. Giulia iba delante de ellos. Detrás, dos guardias que no le prestaron atención. Cuando echó una mirada a su alrededor, no conoció nada, pero supo enseguida dónde estaba.

Ciudad Capital.

Lo veía todo borroso, así que no tuvo la oportunidad de contemplar ningún detalle de su alrededor. Se limitó a cerrar los ojos con fuerza cuando entraron en un edificio. Le dolía el cuerpo entero. Apenas era consciente de dónde estaba. Cuando volvió a abrirlos, vio que cruzaban un pasillo blanco iluminado y que se detenían delante de una de las múltiples puertas. Giulia la abrió de un manotazo.

Alice notó el golpe seco contra el suelo cuando la soltaron bruscamente. Se quedó sin respiración unos segundos, mirando el suelo blanco. Luego, se permitió mirar a su alrededor. Estaba en una celda, no había duda, pero era de una capital, así que los lujos —o lo que ella consideraba lujo— eran abundantes: dos camas individuales, dos mesas auxiliares con lámparas encendidas, un cuadro pequeño encima de la puerta y otra puerta que, al parecer, conducía a un cuarto de baño.

—¿Qué tenemos que hacer? —preguntó el hombre que la había transportado. El gigante. Alice miró su placa. 

Capitán Clark. Tenía nombre de dibujo animado.

Pero daba miedo.

Giulia no respondió. Se limitó a agacharse con un cuchillo y a quitar las cuerdas a Alice, que habría deseado huir, pero no tenía fuerzas ni para ponerse de pie. ¿Qué demonios le habían dado? 

—De pie —dijo Giulia cuando le hubo quitado todas las cuerdas y la mordaza de la boca.

Alice se quedo en el suelo, negando con la cabeza.

—Como quieras.

Clavo los dedos en el brazo de Giulia cuando la agarró del pelo y la arrastró por la habitación hasta el cuarto de baño. Alice consiguió no caerse de morros de nuevo cuando la soltó, apoyándose torpemente en el lavabo y evitando mirarse al espejo.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora