Capítulo 2

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Trisha soltó un gritito de emoción mientras recorría la casa a toda velocidad.

—¡Tenemos tele! —gritó, señalándola.

Alice parpadeó sorprendida cuando vio una televisión enorme. La única que había visto en su vida era la de la antigua habitación de Rhett, que era minúscula y mucho más gruesa.

La casa era grande. Mucho más de lo que necesitaban. Estaba en el centro de la ciudad, situada junto a lo que la chica que los había guiado había denominado plaza, y tenía cuatro habitaciones, cada una con su cama doble, un cuarto de baño particular y una chimenea enorme. Las paredes estaban pintadas de blanco y verde, combinando con el mobiliario.

Nada más entrar, había un enorme mueble con espejo en el que habían dejado sus abrigos. Después, detrás del marco, un enorme salón con tres sofás, una chimenea encendida, una enorme alfombra blandita, una mesa de café y varias plantas esparcidas por la sala. Junto a ella, una enorme cocina con una mesa en la que cabían diez personas. Después, un pasillo con seis puertas. Era lo primero que había mirado.

—¿Qué es esto? —preguntó Trisha, sujetando una tableta electrónica.

Alice se la quitó y la miró con el ceño fruncido. Tenía varias pestañas.

—Creo que... sirve para pedir cosas —dijo ella—. Nos lo traerán a casa en menos de una hora. Hay comida, ropa...

—¡Voy a pedir pizza! —chilló Trisha, quitándosela y empezando a hurgar.

Alice evitó sonreír. Pensara lo que pensara de la situación, era la primera vez en mucho tiempo que veía a Trisha sonreír.

—Tenemos la nevera llena, no hace falta pedir nada —dijo Rhett, que estaba sacando algo que parecía una fruta y examinándolo con el ceño fruncido.

—Pero hay verduras, eso no es comida —protestó Trisha—. ¿Queréis algo? Tienen helados, golosinas, refrescos, alcohol... ¿tendrán tabaco?

Alice se acercó a Rhett en la inmensa cocina. Él estaba cerrando la nevera, pero no parecía muy contento.

—¿Qué? —preguntó ella, aunque ya se imaginaba lo que le pasaba por la cabeza.

—No lo sé —Rhett miró a Trisha, que pedía cosas ignorándoles completamente—. ¿Has oído alguna vez eso de demasiado bueno para ser cierto?

—No.

—Se me olvidaba que eres un alien —sonrió él—. Y no me preguntes qué es.

—Sé lo que es —dijo ella, a la defensiva.

—¿Ah, sí? ¿Y qué es?

Alice señaló la nevera.

—¿Qué hay ahí dentro?

—Intentaré ignorar que has cambiado de tema para preguntarme qué hay dentro de una nevera —comentó Rhett—. Pero... lo digo en serio. No me gusta esto.

—No digas eso —protestó Alice.

—La última vez que nos dieron tantas comodidades no terminamos bien —insistió él.

—No fue lo mismo. Tu padre... —ella hizo una pausa—. Fue culpa mía. Yo fui quien te dijo que nos quedáramos. Tú querías irte.

—El único que tiene la culpa de eso es mi padre —dijo él en voz baja.

—Entonces... intentemos disfrutar de esto, Rhett. Si vemos que algo va mal, nos marchamos.

—Uy —dijo Trisha desde el salón—. Nos han mandado un mensaje.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora