Capítulo 38

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43 miró a su alrededor mientras le quitaban las correas. Le ardían las muñecas. Su padre la ayudó a ponerse de pie y ella se encargó de quitarse las arrugas del vestido con las palmas de las manos, mirando a su alrededor con curiosidad.

—¿Seguro que no volverá en sí? —preguntó su padre a uno de los científicos, ambos mirándola.

—Seguro, señor.

—¿Y la memoria?

El científico levantó un objeto minúsculo y se lo dio a su padre, que se quedó mirándolo con el ceño fruncido.

—¿Y si quisiera volverla a poner? ¿Es posible?

—Sí, aunque es algo complicado —el científico lo miró con algo de temor—. Cuanto más tiempo pase, más ajenos serán los recuerdos y menos probable será que vuelva a aceptarlos.

—¿Y cuánto tiempo hay que dejar pasar para que sea seguro que no puede recuperarlos?

—Varía mucho... semanas, meses... no creo que llegue a un año, pero es difícil calcularlo en un prototipo de última generación.

—Bien —su padre se metió el objeto minúsculo en el bolsillo delantero de la chaqueta—. ¿Necesitas algo con ella?

—Bueno, una comprobación no iría mal —el científico se acercó a ella—. Preséntate.

43 sonrió.

—Mi nombre es 43. Estoy a su disposición para cualquier tipo de información que necesite saber.

—Voy a querer hacer algunas modificaciones a esa presentación —dijo su padre, antes de hacerle un gesto para que se pusiera de pie. 

43 lo hizo enseguida. No entendió por qué no llevaba puesta su ropa reglamentaria, pero no podía quejarse a su padre.

—Quiero que vengas conmigo a ver a un amigo —replicó su padre, ofreciéndole la mano.

Ella la aceptó, siendo guiada por el lugar, que era extrañamente blanco y amplio. Parecía agradable. Parpadeó, sorprendida, cuando la guió por unas escaleras. Su padre sorteó unas cuantas personas con pistolas y no se detuvo hasta que llegaron a un pasillo con varias puertas. Abrió una de estas y la mantuvo abierta para ella, que se introdujo en ella. Escuchó que la puerta se cerraba.

Se trataba de una habitación sencilla con una puerta y dos camas. En una de ellas había un hombre con barba, sin camiseta y con un vendaje puesto rodeándole el pecho. Lo observó con curiosidad cuando él se puso de pie, mirándola con la expresión seria.

—¿Qué te han hecho? —preguntó él, mirándola de arriba a abajo—. He oído gritos.

Ella sonrió.

—Hola. Encantada de conocerle.

El hombre se quedó mirándola.

—¿Qué?

—Mi nombre es 43. Estoy a su disposición para cualquier tipo de información que necesite saber. El padre John me ha dicho que es un amigo suyo, así que sepa que tendré especial prioridad en usted.

El hombre seguía mirándola en silencio.

—¿Puedo preguntar cómo se llama? —ella no dejó de sonreír.

—Max —dijo, en voz baja.

—Max —repitió 43—. Es un placer conocerle.

Él seguía sin decir nada. Simplemente apretó los labios. Ella advirtió cierta tristeza en su mirada.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora