Capítulo 9: Aries, topacios y dragones.

96 12 6
                                    

Capítulo 9: Aries, topacios y dragones.

Ya son las diez de la noche.

Después de cenar, Sandra me ha acompañado a mi dormitorio, contándome que aún se siente nerviosa debido a que Diamantina no la ha llamado para sentenciar un castigo por haber permitido que yo me escapara de mis aposentos la noche anterior. A pesar de que comprendo el nerviosismo de Sandra, yo me siento un poco aliviada —e incluso esperanzada— de que Diamantina no haya llamado a Sandra. Quizá Diamantina sí tenga un corazón debajo de tanta maldad y haya decidido perdonar a Sandra por mi error.

Sandra se queda en mi dormitorio mientras me doy una ducha y me preparo para dormir.

Una vez más, Sandra insiste en la tarea de peinar mi cabello y la dejo hacerlo. Me siento frente al tocador y ella toma un cepillo, empezando a peinar suavemente mis rizos. Mientras me peina, aparta un poco mi cabello y siento que se queda detenida unos segundos.

—¿Pasa algo? —pregunto con curiosidad.

—No, nada —me tranquiliza—. Es que no había notado antes que tienes algo en el hombro.

Llevo mi mano derecha hacia mi hombro izquierdo, sabiendo perfectamente a qué se refiere Sandra.

—Es un carnero —digo, casi de manera distraída, acariciando al animalito que decora mi pálida piel.

—¿Es un tatuaje? —pregunta ella con interés.

—No lo sé. —Empiezo a sentirme incómoda, del mismo modo que me sucede siempre que pienso en mi animal del hombro. Es pequeño, pero no lo suficiente para ser una marca de nacimiento. Mide solo un par de centímetros, y es de color oscuro como los tatuajes. Pero también podría ser una marca de nacimiento... aunque sería una marca muy inusual.

—¿A qué te refieres con que no lo sabes? —espeta Sandra con sorpresa.

Inhalo aire, mordiéndome el labio inferior ante la incertidumbre. Siempre me sucede lo mismo con respecto al carnero de mi hombro: sé que es un carnero, sé que es especial por alguna razón, pero no sé qué significa ni desde cuándo lo tengo. Es como si hubiera un hueco vacío en mi memoria que no logro llenar. Algo que debería saber, pero no sé.

Tengo la inquietante sensación de haber olvidado algo importante.

—Supongo que es una marca de nacimiento —decido decir, para llenar el silencio que se ha acrecentado en la habitación—. Pero no lo recuerdo. Desde que tengo uso de razón, recuerdo haber tenido a ese carnero sobre mi hombro.

—Oh. —Sandra reanuda su tarea de peinar mi cabello—. Me recuerda al símbolo de Aries.

—Aries —repito, frunciendo el ceño.

—Como el zodiaco.

—Sí, sé a lo que te refieres —digo de manera distraída, rascándome el hombro. ¿Por qué tengo la sensación de que acabo de descubrir una pista importante?

Miro mi muñeca y entonces me percato de algo.

—Mi brazalete —digo, sorprendida—. No está.

—¿Cuál brazalete?

—Uno de topacios con un dije de dragón —explico—. Nunca me lo quito. Es... es importante para mí. Es lo único que conservo de mi familia...

—¿Tu familia? Mi señora Diamantina y las gemelas son tu familia.

Parpadeo, apartando la vista de mi muñeca para mirar a Sandra a través del reflejo del espejo. Sus ojos me observan también.

Le sonrío, intentando ganar tiempo para inventarme una excusa por mi metedura de pata. Sandra no conoce nada de mi verdadera historia, ella piensa que tengo a mi familia intacta, solo que dividida en dos naciones, Falom y Molaff, cuando la realidad es mucho, mucho peor.

Cenicienta. (Cuento de Hadas #2)Where stories live. Discover now