Capítulo dieciséis | Please, please, please let me get what I want

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Oliver intentó de nuevo que aquello le salera bien, en su mente se había metido la idea de aprender a hacer algo nuevo en sus días de encierro y el enorme piano en la estancia de esa enorme casa le tentaba casi todos los días desde que llegó. Bien sabía que su tío tenía una habitación repleta de instrumentos y que incluso él había llevado los suyos para poder enfocarse en nueva música que mostrar después pero, el viejo piano polvoriento que parecía no haber sido tocado en años le llamaba casi tanto como cuando era niño y su mamá ocultaba encima de la nevera las galletas.

Salir no era una opción pues pasear por una fría ciudad desconocida quizá solo lo conducirían a entretenimientos que debía evitar y en su trato interno lo que más debía hacer era hacer como si hubiese desaparecido por completo.

Llevaba una semana intentando, aunque en realidad no le prestaba mucha atención a los días que pasaban, realmente ni siquiera sabía qué día era. Frustrado por no lograr lo que quería con esa canción que encontró en uno de los cuadernos viejos que tenía su tío en su habitación de música, canción que según una fecha en la esquina, fue escrita él en el 93.

Presionó todas las teclas del piano con todos sus dedos, harto.

Dejó caer su cabeza hacia atrás, quemándose la vista con el candelabro del techo y después los cerró, molesto. Respiró hondo, recordando que estaba completamente solo y de nuevo comenzó a tocar, pero ésta vez sin sentido alguno: fuerte y algo espantoso.

—Soooy un perdedooor—comenzó a cantar en voz alta—. I'm a loser, baby, so why don't you kill me—después de eso volvió a golpear las teclas y dejó caer su cabeza en ellas haciendo un último y sonoro ruido con ellas—. Vamos, Oliver, piensa en algo interesante—se dijo a sí mismo.

Nunca le gustó permanecer en un mismo lugar por tanto tiempo. Recordó todas las veces en las cuales casi lo amarraban a la silla cuando era niño y tenía que cenar, o cuando los profesores le reñían por no estar en su lugar durante clases, y todas esas veces que se escapó de casa durante sus castigos porque las cuatros paredes de su habitación lo mataban.

—No quieres morir de verdad, ¿cierto? —oyó, le sacó de sus pensamientos pero antes de buscar a la dueña de esa gentil voz sintió que algo lamía su mano.

—Hey, hola—sonrió, al ver el pequeño cachorro que había llegado hasta ahí y que estaba feliz moviendo su cola de un lado a otro. Lo tomó con cuidado y se giró para encontrarse con Lyra, la hija de su tío quien tímidamente se mostraba desde el marco de la puerta—. Es una canción—añadió él ante su cuestionamiento y rió al sentir como el perro quería lamerle el rostro—. ¿Te dejó quedarte con él?

—Sí—sonrió ésta, entrando por completo y con pasos lentos se acercó.

Lyra era una niña, de escasos siete años con quien apenas si intercambiaba palabras desde que llegó. Sabía que era tímida y lo poco que sabía de ella era porque su tío se lo contaba o ella misma en las cenas cuando casi era obligada a interactuar con él. Eso hasta el día anterior en el cual la ayudó a ocultar a ese pequeño perro que encontró en el parque.

—Papá Ez me dijo que le pusiera un nombre—llegó donde Oliver y se sentó en la banca del piano, acarició al perro.

—Mmhh, veamos—Oli lo puso en alto; no era de una raza específica. Era un cachorro mediano color negro con manchas blancas en sus patas y enormes orejas caídas—. Tiene cara de Fred.

—¿Fred?

—Sí, es corto y simple para un perro—lo bajó, cediéndoselo a ella.

—Creo que sí—se encogió de hombros—. ¿Estás enfermo?

Dulce nada [ACR #4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora