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No debería estar despierto, ciertamente. Ni siquiera debería estar escribiendo, pero el impulso fue mucho más grande que la razón y si uno acalla a las musas estas se ofenden y enfandan con uno por un indeterminado tiempo que nos llena de desprecio e incertidumbre, así que no pueden culpar a Emilio por estar ahí frente a su computadora a las dos de la mañana tecleando como si la vida se le fuese en ello.

Ni siquiera sabe cómo o de dónde exactamente llegó la inspiración, solamente sabe que necesita narrar lo que por tantos días, le parecía imposible de plasmar dignamente. Sus dedos se deslizan con magistral velocidad, sus pupilas brillan iluminadas por la luz de la pantalla en una habitación totalmente en penumbras, su mente formula ideas y frases que se sienten tan reales, tan suyas y quizás si sepa de donde vienen, pero no tiene espacio para pensar en ello demasiado.

"Una coleta desordenada sujeta de un montón de pasadores. Rizado flequillo negro, tan largo que le cubre los ojos y se sopla, dos, tres veces, mientras las flores de aquella maceta colgando de la ventana posan ante sus ojos en delicados coquetos de belleza rojiza"

Emilio bosteza en su silla, dejando ir un poco el peso de su cuerpo hacia atrás en el respaldo mientras mueve de un lado a otro su cuello. El cursor sigue tintineando en la pantalla, frente a la última palabra escrita mientras su creador pasa velozmente la mirada, balbuceando en voz baja lo que lee, tratando de corregirlo. Una insistente vibración resuena sobre la superficie de madera del escritorio y la pantalla se enciende, mostrando el nombre de contacto en ella, de la llamada entrante.

Toma el teléfono entre sus largos dedos y sin pensar demasiado en la hora que es, atiende la llamada después de presionar el botón verde.

—¿Pasa algo? Es muy tarde

Nop. — cantarín, el muchacho responde del otro lado, mientras de fondo se escucha música en inglés. —Lamento haberte despertado.

—No estaba dormido. — mirando al techo y con un peso menos encima después de escuchar a Joaquín bien del otro lado, Emilio estira las piernas bajo el escritorio. —¿Cómo estás? Ha pasado un tiempo, creí que me olvidarías

Una semana, no seas dramático. De hecho, estoy de maravilla y te tengo una invitación VIP.

A media sonrisa, el rubio alza las cejas y se endereza en su asiento. —Te escucho

Si todavía quieres verme pintar, ven a mi piso, ya mismo.

Inevitablemente, Emilio se suelta a reír. —¿Pero tu estás loco? Joaquín son las dos y media de la mañana.

¿Y?

A Emilio le bastan solamente tres segundos para mirar la pantalla, parpadear y ponerse de pie en busca de sus botas y un abrigo, totalmente dispuesto a salir de la pensión en plena madrugada.

—Envía la dirección, voy en camino.

***

Plantado frente a la delgada puerta de metal negro con el número 48 en ella, en números desteñidos de lo que alguna vez, parece haber sido madera, Emilio mantiene la vista en el teléfono entre sus dedos, comprobando que la dirección es correcta. El taxi a su espalda arranca, dispuesto el conductor a alejarse del lánguido sujeto de cazadora y sudadera que recogió en medio de la madrugada.

Emilio toca el segundo timbre, como le fue indicado y espera pacientemente a que Joaquín aparezca y abra la puerta. El frío de la madrugada se le mete bajo las prendas, su nariz fría y sus labios contra la tela de la sudadera que lo cubre, apretando los puños bajo los bolsillos.

El sonido de metal se escucha tras la puerta, como barrotes que chocan entre sí sin golpearse demasiado, más un ruido inestable que de impacto y el cerrojo es quitado desde dentro. Joaquín abre la puerta y se asoma apenas lo suficiente para verle los lentes y el cabello negro despeinado sobre la frente, una manga blanca que cubre su brazo, escurrida sobre su cuerpo.

Pinceladas sabor chocolate || EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora