07: Tiene Chocolate En Los Ojos

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Se queda quieto, como un niño en la plaza al que se le ha parado a un lado una paloma y sabe que si se mueve, el ave saldrá volando. Le rodea la cintura un brazo delgado, le hace cosquillas el cabello negro bajo la nariz y Emilio se muerde los labios para no estornudar y asustar a la paloma.

Joaquín se acomoda sobre su pecho, los ojos cerrados, la nariz arrugada y los labios abiertos. Emilio le besa la sien, le besa la frente húmeda y se descubre una pierna sobre las sábanas, porque el calor ya es sofocante. Pero no se mueve, para no despertar al pintor, para seguirle besando los párpados, para recorrer con la punta de su nariz la mejilla y jugar a parpadear sobre sus pestañas.

Es medio día afuera, pero en el estudio es de noche mientras el pintor duerma, mientras Emilio lo cuide celosamente contra su pecho y su corazón palpite al mismo ritmo, como queriendo decirle algo en solemne secreto. París se dibuja en la oscuridad de un estudio en medio de Seoul, mientras con los ojos cerrados y los dedos sobre la espalda de Joaquín, Emilio da bosquejos mentales de Beatriz en medio de la Rue des Lombards.

La dulce presión de unos labios tibios sobre los suyos le hacen abrir los ojos, regresar cómo un ancla del océano de los pensamientos y el limbo del sueño. Joaquín lo recibe con los ojos abiertos, brillantes y llenos de un marrón profundo que a Emilio le saben a cafeína, la única que quiere conocer.

—Buenos días. — juega con sus narices, le recorre con los dedos el pecho desnudo.

—Buenos días, ¿Vas al café hoy?

El pelinegro parpadea varias veces, mira al caballete donde descansa su obra en proceso cubierta de una sábana blanca y asiente. —Mhm.

—¿Puedo pasar por ti? Quiero que leas algo...

Entusiasmado y con un brillo nuevo en la mirada, Joaquín asiente y se levanta sobre sus rodillas. Emilio se ríe, tomando sus manos para abrazarlo de nuevo, tan fuerte que se lleve sus latidos hasta que sea la hora de verse de nuevo en el café.

***

—Gatos. — murmura, su vista al techo, asomado desde la ventana.

Emilio sube por las escaleras de incendio a un costado del edificio, una varita de madera entre sus dientes y las manos en los bolsillos. —¿Y ahora que te hicieron los pobres, Diego?

—Que vienen, se cagan, me ensucian. Eso hacen.

A media sonrisa, Emilio se sienta al filo del descanso, mirando así de frente a su amigo y vecino en la ventana de la derecha. —Ya te dije que no es su culpa, es su naturaleza vagar.

—Pues serás uno de esos, Tintero. —Diego se recarga en el filo de la ventana, con los brazos cruzados. —¿Te fuiste de madrugada?

—Así es.

—Lo sabía, Eric me debe dinero.

Emilio se ríe, sus talones juntos. —¿Apostaron que salía de madrugada?

—Apostamos que salías, para variar. — buscando dentro de sus bolsillos traseros, Diego se tantea hasta encontrar el encendedor.

—Tengo amigos tan buenos...

—Y que lo digas. — exhala la primer calada de su cigarrillo, llevando la cajetilla a su bolsillo. —Somos magníficos.

—Ya... — se pone de pie, se sacude los jeans y baja, escalones hacia su ventana. —¿Hay reunión hoy?

Diego sacude su colilla a propósito sobre el cabello del rubio. —Como todos los jueves y que no falte el whisky.

—¡Salud! — se escucha desde el segundo piso. Eric, asomado por la ventana.

—¡La maceta, imbécil! — Diego, inclinado contra la suya cuando Emilio pisa el alambre que sostiene una de las macetas de la casera.

Estampa contra el suelo y los inquilinos atinan a meterse por sus ventanas, incluso Emilio quien empuja hacia adentro su cuerpo, huyendo de los gritos de Ruth por tirar una de sus flores.

***

Michael Bubble ameniza la reunión, mientras Diego se enciende un puro y Eric busca entre los vinilos algo más digno para su sombría reunión artística que "Let it snow".

Emilio, enfrascado en su computadora, teclea todo lo que tiene atorado en la garganta y fluye por sus dedos, mientras los latidos acompasados de Joaquín en su pecho le dictan el ritmo. Un vaso de whisky a su lado, que le tiene que durar la reunión entera y sobrar, porque Eric tiene fama y se la ha ganado a pulso, ciertamente.

—Salir a caminar de madrugada, no te da la inspiración que tienes, Tintero. — Diego le sopla el humo a propósito, para llamar su atención. Emilio se sacude con molestia, sin despegar la vista de su computadora. —Mentiras, puras mentiras.

—Déjalo en paz, Diego... —a media sonrisa, Eric encuentra el vinilo perfecto para su tarde. —Deberías tomar tu guitarra y salir con Emilio cuando le da por sentirse un vago.

—¿Tú que sabes de música? Eres un crío.

—Lo mismo que tú de fotografía. —Eric se encoge de hombros, juguetón. —Apuesto que si te doy una de mis cámaras, no sabes ni en dónde está el lente.

Antes de que Diego refute algo al menor, Emilio cierra la computadora y se estira, tronando su cuello, hombros, manos y espalda, sentado en el suelo de la pequeña habitación de Eric.

—Señores, habemus libro.

Ambos saltan de sus respectivos lugares, Diego desde el sillón y Eric desde a lado del tocadiscos, para plantarse frente al escritor y escuchar a detalle, cada aspecto de su nueva obra.

—¡Hombre pero eso es de novela juvenil!

—Cállate, déjalo seguir.

Emilio se ríe, francamente contento y niega con la cabeza. —Pues, un poco, si...

—Que no te amargue, mejor, cuéntanos ¿Cómo es él?

Emilio suspira, largo y fuerte, con los ojos al techo y el atardecer reflejado en la botella de Whisky sobre el taburete.

—Él... Tiene chocolate en los ojos.

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Yo estoy muy enamorada, muy enamorada. 😻

La Iris que no se llama Iris, les ama. ♡

Pinceladas sabor chocolate || EmiliacoWhere stories live. Discover now