10: Aquí Dentro Es De Día

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Por primera vez en muchos, muchos meses, Joaquín observa desde su asiento en total silencio la escena que se desarrolla frente a él, sin el propósito de dibujarla.

Nunca había visto a Nikolás sonrojado, no en todos los años que lleva de conocerlo. Resulta que tiene una costumbre nerviosa de jugar con sus dedos y sonríe mucho, pero cabizbajo, cuando ese muchacho de cabello castaño le sonríe también.

Al pintor le sobran ganas de tomar una fotografía, en su siempre fiel Polaroid a la que recurre cuando quiere llevarse la idea a casa y desarrollar un trabajo más extenso, mas meticuloso. La taza a medio beber de americano descansa sobre el platito de porcelana en la mesa, todavía caliente.

Han pasado dos meses desde la primera vez que Emilio leyó algo para él, un poquito de lo que pretendía ser, en ese entonces, el prólogo de su primer novela en forma.

Todavía recuerda como se sentaron en la escalera de incendios a ver el sol teñirse de estrellas, mientras el escritor le leía, con calma y tacto, pintando París sobre el cielo, dibujando a un músico que le disgustan los gatos y un fotógrafo que sabe donde comprar whisky barato. Joaquín se rió de las maldiciones de Marie y sus rollos sin polvos de hornear y se asomó al suelo, tres pisos abajo, donde todavía había rastro de una maceta rota.

—¿Por qué París? — preguntó de repente, sus manos entre el cabello rubio, ambos sobre una alfombra blanca en medio del estudio.

—Es la ciudad de los artistas, del amor...

—De los gatos. — se rieron, con ganas y sin prisa.

Un mes en el que han dormido separados veintidós de esas treinta y un noches, una porque a Emilio le dio un resfriado memorable y "Me vez enfermo y se te acaba el encanto", en el que la señora Ruth los calló más de una vez porque hacían demasiado ruido tarde por la madrugada, riéndose a carcajadas de las historias de Diego y sus conquistas fallidas en la plaza. Una noche, en la que Emilio dormía sobre el hombro de Joaquín, recostados en el sofá cama desgastado y anaranjado del escritor quien cayó rendido ante la noche, Joaquín y su insomnio se dedicaron a mirarlo dormir, respirar en calma y velar su sueño.

La novena noche en la que durmieron en el estudio, fue la primera vez que Joaquín vio despertar a Emilio con un terror insoportable, producto de un mal sueño.

—A veces... Pasa... — le susurró el rubio con el pecho agitado, todavía su mejilla contra el corazón de Joaquín quien lo abrazaba con fuerza.

—Ya no, ya no sucederá, lo prometo...

Y pasó otras cuatro veces, siempre Joaquín abrazando al mayor, susurrandole que todo estaba bien, que estaba a salvo.

La primera vez que Emilio vivió una crisis a lado del pintor, fue un sábado en el que después de trabajar, el pelinegro apagó su teléfono y se metió bajo las sabanas a llorar y temblar de impotencia. El frágil corazón de un artista enamorado que fue pisoteado, bien conocía Emilio el sentimiento y bastó solamente entrar al estudio en horas de visita normales pero insanas para Joaquín, para que se diera cuenta sin preguntar de lo que había sucedido.

Le contó una historia, sobre un pequeño príncipe encerrado en una torre que justamente el día que pensaba lanzarse sin preguntar, encontró su mirada con la de un plebeyo que siempre estuvo abajo resguardando.

Tiempo en el que aprendieron a endulzar la taza del otro, compartiendo taburete en la mesa número tres de Honey Tea, con un americano y un chocolate caliente mientras la noche llegaba y era hora de tomar camino a la pensión o al estudio.

—Nikolás de verdad está encantado, ¿no? — Emilio le sonríe, mirando de lado hacia la barra. —Ni siquiera me vio entrar.

—Jamás lo vi así antes. —Joaquín bebe, su mirada fija en el mayor. —Ay, lo siento... —deja la taza en la mesa, se cubre los labios dispuesto a limpiarse pero el contrario lo toma y niega. —Pero te voy a saber a café...

—No importa. — une sus labios, suave, sintiendo el amargo en Joaquín y disfrutando del único café que tolera. —En ti, me fascina...

Tiempo, es lo que le hace falta al mundo para funcionar como debería. Tiempo, es lo que atormenta sus frágiles mentes, tiempo es el que se consume en sus corazones donde no saben si vivirán por siempre y tiempo, tiempo es su peor enemigo. Días, noches, tardes. El sol amanece, Joaquín se va a dormir, se esconde y es hora de despertar.

Porque ahí dentro, en su mente, en su corazón, en su mundo de cabeza, ahí dentro es de día.

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Bueno, está bella historia ha llegado a su fin pero recuerden que el epílogo no es el final de un libro, sino que el comienzo.

Les veo allá, bye.

La Iris que no se llama Iris, les ama siempre. ♡

Pinceladas sabor chocolate || EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora