Parque

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Cierro el pestillo de la valla, el de ambas puertas, y entro sin mirar atrás. Tal y como funcionaba antes. Cualquiera puede verme, pues la madera no supera el medio metro. Me tumbo en el banco, cierro los ojos y soy capaz de ver ese lugar tiempo atrás.

...

En aquellos tiempos habitaban dos personas. Llenaban el parque de gritos y de risas, movían las cadenas de los columpios y ese característico tobogán amarillo soportaba su peso. La tierra se removía bajo sus pies y las plantas crecían conforme visitaban el lugar. Un columpio balanceaba sus vidas al borde de un barranco, pero confiaban en las débiles cadenas que las sostenían. Pensaron que serían lo suficientemente fuertes para soportar el peso, pero un día, estas, cedieron.

No se fijaron en los árboles, ni en la carretera de continuos coches justo al final del parque. Tampoco se dieron cuenta de esas nubes que solo se veían desde allí. Ni siquiera vieron aquel cartel de peligro que se escondía al final, entre los árboles. Lo descubrió una de las dos al querer refugiarse al otro lado de la valla, cuando el parque dejó de ser seguro. Un tiempo después, la otra persona también lo vio, pero en un lugar distinto. Tal vez lo vieron y no quisieron hacerle caso, pues tenían miedo a salir, o a no poder volver a entrar.

...

Abro los ojos, las lágrimas impiden que mis párpados se vuelvan a cerrar. Me limpio con la manga, me inclino y observo aquel lugar. El columpio está roto. Las plantas, muertas. La tierra, intacta. El aire, vacío. Aún y así me doy cuenta de que los coches no han dejado de sonar y que las nubes se siguen mostrando a pesar del desastre. Busco el cartel, pero no lo veo. Comienzo a pensar que solo fue imaginación mía, producto del miedo que me invadía, al estar en aquellas calles. Trato de sentarme en el tobogán, pero mi cuerpo es demasiado grande. Los bancos son incómodos y fríos. El columpio está roto, no lo recordaba. Alguien puso una cinta, con la intención de alertar, pero nadie trató de arreglarlo.

Aquí es el momento en el que creo que este sitio no es para mí. Tal vez no me merezca volver a visitarlo. En aquellos tiempos yo era diferente, pues no me reconozco como la misma. Somos personas paralelas, aunque estemos en el mismo cuerpo. Y ella, ella también es diferente. Somos un par de zapatos nuevos, pero que no corresponden ni en la talla, ni en los colores, ni en la caja.

Y es que tal vez este parque siempre haya tenido que estar abandonado y nos echó al ver que les dejamos el lugar lleno de habitantes; todos aquellos recuerdos que se quedarán por siempre atrapados en el aire.

Relatos de un gusano amarilloWhere stories live. Discover now