21| El caos

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—¿Qué te tiene tan feliz?

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—¿Qué te tiene tan feliz?

Miro a Karla con el entrecejo fruncido por su pregunta y arrastro la silla para sentarme. Ella toma lugar frente a mí, sus cejas están levemente arqueadas y me mira con una mezcla de suspicacia y diversión. Intento ignorar la manera en la que me ve y coloco sobre la mesa la bandeja llena de comida que compré de la cafetería.

—Nada en específico —digo con confusión y alzo mis hombros—. ¿Por qué preguntas?

Hace una mueca cargada de incredulidad con los labios y baja la mirada hacia la bandeja de comida. Le da vueltas a la pajilla de su bebida y luego sorbe de esta, mirándome de nuevo.

—Invitaste a Edward a desayunar con nosotros y hasta le compraste el almuerzo —señala la bandeja con su dedo y se apresura a agregar—: Y no digas que nada te tiene feliz porque tú no le invitas el desayuno a nadie, ni a mí, que soy tu más íntima amiga —dramatiza con la mano en la frente. Golpeo su pierna con mi pie por debajo de la mesa y se ríe—. Muy exagerado, pero es la verdad, estás rarito, además tampoco reaccionaste muy bien con la idea de Edward saliendo con Andy, ¿qué cambió en estos días que hasta lo invitaste a comer con nosotros?

Ruedo los ojos. No ha cambiado nada. Y tampoco estoy tan feliz. Solo estoy de buen humor, es diferente. No sabía que era un delito estar de buen ánimo.

—Lo hago porque es el novio de mi mejor amigo —me defiendo. Lo que digo no es del todo una mentira, sí es una de las razones por las que lo invité a comer con nosotros—. Y no solo compré comida para él, también es para Andy y...

—Estoy cansado —el fuerte ruido de un cuaderno sobre la mesa nos sobresalta. Giramos a ver hacia donde vino el sonido y encontramos a Oliver tomando asiento en el lateral de la mesa. Pone sus brazos en la mesa y acuesta su cabeza en ellas. Luce un poco frustrado. Quiero acercarme y preguntarle si todo va bien, pero no quiero ser tan obvio—. ¿Por qué nadie me dijo que ayudar a las chicas de teatro sería agotador? ¡No están conformes con nada de lo que hago! ¡Y todavía tengo que regresar a darles algo!

Las ganas de preguntarle si está bien desaparecen.

—Ni siquiera pediste opiniones —respondo y le dedico una sonrisa burlona—, lo tienes merecido si me lo preguntas —tomo de mi botella de agua y él me regresa la sonrisa.

—Si hubiera pedido opiniones ¿habrías dicho que les dijera que no? —inquiere, provocativo.

—Tal vez —digo en automático. Su sonrisa crece y la mía desaparece. Bebo otra vez—. Pero porque tienes que terminar con la pintura para la galería y no tienes mucho tiempo.

—Claaaaro, no porque estés celoso.

—¿Celoso de qué, imbécil? —Junto las cejas.

—¿Te he dicho lo bonito que te ves celoso?

—¿Y yo te he dicho lo rompe huevos que eres?

—No sé si rompo huevos, pero sí rompo c...

— No puedo creer que eres de esos que dicen esas estupideces, ugh. Por favor, no digas nada más o te mato.

Una maldita confusiónWhere stories live. Discover now