22| Cuando no tienes adónde ir

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Cuando entro a mi casa, cierro la puerta de un portazo

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Cuando entro a mi casa, cierro la puerta de un portazo.

Contuve todo lo que sentía durante las clases con la esperanza de que pudiese calmarme, pero a medida que las horas pasaban, lo que sentía fue aumentando, ni siquiera pude prestar atención ni tampoco me importó ignorar a las personas de mi alrededor. En cuanto la última clase acabó, tomé mis cosas con prisa y vine directo a casa. Desde que salí de la escuela, el caos de pensamientos no ha abandonado mi cabeza por ningún instante.

«¿Desde cuándo lo sabían?» «¿Pensaban ocultármelo?» «¿Por qué no me dijeron nada?» «¿Qué mierda quieren de mí?».

Me siento molesto, traicionado, decepcionado. Es una gran cantidad de emociones que no puedo ni quiero controlar; estas han sido retenidas por tanto tiempo que han adquirido una mayor fuerza y en cualquier momento van a salir a la superficie sin importarme si las personas que me rodean salen heridas.

No se trata solo de la beca, es por todo en general, me he tragado tanta mierda de parte de mis papás que me sorprende que no haya explotado antes. Me callé un sinfín de veces solo para no causar un alboroto, hice todo lo que me dijeron para ayudarlos en casa y que el trabajo fuese menos pesado para ellos (para mi mamá especialmente), me conformé con las pocas migajas de cariño que me han dado y traté de nunca darles problemas y de destacar en todo lo que podía, pero, aun así, parece no ser suficiente para ellos.

Siempre trato la manera de callarme, pero no hay manera de que ahora pueda hacerlo.

Todo el coraje que he estado reteniendo estos meses acaba de romper la vitrina de donde lo tenía encerrado y se expande por mi cuerpo más rápido que una plaga. Nunca antes me había sentido tan molesto como me siento ahora, he discutido con mis padres un sinfín de veces, pero lo que siento en este momento no tiene comparación. Todo a mi alrededor es rojo, mis dientes rechinan de tanto que los aprieto, mi pecho sube y baja a toda prisa y la punzada en mi pecho se vuelve más y más insistente.

Busco a mi mamá por la sala de estar y no la encuentro, luego me apresuro hacia la cocina y tampoco veo rastros de ella, no tardo en deducir en dónde debe de estar. Mis piernas se mueven en automático y el corazón se me acelera todavía más.

La sensación de molestia abrasa mi pecho con cada paso que doy y se propaga con violencia, no hay ni una sola parte de mi cuerpo que no arda de rabia. Abro la puerta de la habitación donde duerme Liam y visualizo a mi madre entre las penumbras, está frente a la cuna de Liam, como si apenas acabara de acostarlo, y está meciendo la cuna a la vez que tararea en voz baja. Ella ni siquiera alza la mirada hacia mi dirección, debe de ser consciente de que estoy aquí por el ruido que hice, pero no ha visto la condición en la que estoy.

Su rostro pasible y sus aires de «buena madre» me enferman.

—Hola, guarda silencio, podrías despertar a tu herma...

—¿Lo sabías? —pregunto, a nada de explotar. Mi mamá por fin clava sus ojos en mí, me ve confundida—. Respóndeme —espeto, apretando los dientes.

Una maldita confusiónWhere stories live. Discover now