5. EL CARRO DE HIERRO

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5. EL CARRO DE HIERRO

Mar de Ofaelhon, 21 de xineru del 526 p.F.


—¡Cuidado! —gritó un marinero, interrumpiendo de nuevo el dictado de Arlia.


Árzak levantó la vista para ver como se soltaba la amura de babor: la vela, azotada por el viento, sacudía el cabo, que se revolvió sobre la cubierta golpeando a todos los que intentaban agarrarlo. Durante unos minutos frenéticos, la tripulación peleó para intentar dominarlo hasta que gracias a la ayuda del forzudo segundo oficial consiguieron dominarlo: el recárdido se abalanzó sobre la soga y la agarró contra el pecho.

La pareja abandonó su lugar y se acercaron a los marineros que ayudaban a Strent a amarrar el cabo díscolo al aparejo. En el camino se cruzaron con un par de marineros que arrastraban a un compañero con una fea brecha en la cabeza que no paraba de sangrar.


—¡¿Se puede saber que cojones pasa ahora?! —gritó la capitana, saliendo a cubierta como un torbellino: el silencio se hizo, incluso los heridos acallaron sus quejidos, tan solo se oían los sonoros pisotones de Nerede sobre la madera—. ¿A qué venía todo ese alboroto?


Strent se acercó a ella: la mujer reparó al momento en la quemadura que le recorría el pecho desnudo y en el fardo que llevaba en una mano, y que no paraba de resistirse. Se detuvo frente a Nerede y sin pronunciar palabra, levantó su carga para que la viera: el recárdido agarraba por una pierna al pequeño Ximak, que que colgaba boca abajo y se debatía intentando no perder su gorro rojo.


—Puto trasgo —maldijo Nerede; escupió al suelo, lo miró detenidamente e, ignorando la cándida sonrisa de Ximak, se dirigió a su segundo—. Tíralo por la borda.

—¡Ñiaaaa! —gritó el trasgo, revolviéndose y golpeando con su gorro el brazo de su captor: Strent no aflojó su presa y se dirigió a la batayola, con una cara carente de emoción.

—¡No! —protestó Arlia, interponiéndose en el camino del recárdido—. Ximak es nuestro compañero.

—Ñia, ñia, ñia —Ximak señaló a la mave y asentía desesperado tratando de llamar la atención de la capitana.

—Vuestro compañero es un peligro para la tripulación, el barco y para los idiotas que se crucen en nuestro camino.

—Es su naturaleza —insistió Arlia, desesperada por la falta de argumentos: los presentes sintieron el eco de esa desesperación; primero fue un joven grumete rubio, seguido de un viejo de barba cana y del propio Árzak; uno a uno, todos se volvieron hacia ella, con la angustia reflejada en su rostro, incluso alguno derramó una lágrima.

—Borra esa mirada de tu cara —dijo Nerede entre dientes a su segundo cuando también le suplicó con la mirada que perdonase al trasgo que colgaba de su mano: el bajó la cabeza para ocultar su desazón. La mujer se cruzó de brazos y empezó a golpear el suelo con el pie—. ¿Y qué hacemos? ¿Esperar a que alguien muera por culpa de su naturaleza?

—Yo..., —Arlia ya había gastado su último cartucho: la duda que imprimió en su último intento, sembró el desconcierto en su auditorio.

—Pues eso —sentenció Nerede, satisfecha al ver que algunos de los presentes asentían convencidos—. Strent: por la borda.

—¡Ñiaaaa! —reinició sus protestas el trasgo.

—¡No! —intervino finalmente Árzak: hubo algunos murmullos entre los fieles a la capitana—. Suéltalo, Strent.

DEVAFONTE: CIUDAD DEL FINWhere stories live. Discover now