6. LA RUTA DEL XEVE

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6. LA RUTA DEL XEVE

Antiguo ferrocarril Ractaris-Poulend, Bindia, 20 de avientu del 525 p.F.

El ferrocarril entre Bindia y Salania era algo más que una obra de ingeniería perdurable al cataclismo: era parte de la historia de aquella tierra. Milenios atrás, dos tribus castrenses, bindios y salanos, se asentaron al norte de la gran cordillera: dos tribus separadas del resto de clanes, condenadas a entenderse para repeler a los bárbaros talemos desde el nacimiento de ambos reinos. El río Xeve, fue el cordón umbilical de aquella alianza, que alcanzó su punto álgido con la fundación del Imperio del Xeve: dos naciones unidas que dieron el pistoletazo de salida a una competición entre naciones, La Carrera Industrial.

Así se denominó a un periodo de transformación y abandonó de los viejos modos que terminó con una guerra que aniquiló el mundo. Y fue en estas tierras donde se puso la primera piedra de aquella catástrofe. El día que se fundó la primera línea ferroviaria del mundo, las cosas empezaron a cambiar. La importancia de aquel tren, fue en aumento con el paso de los años: aquella fue una nación muy industrializada y necesitaba mover gran cantidad de productos por un terreno complicado. Las inversiones para su mantenimiento fueron multimillonarias y constantes a lo largo del tiempo, y en parte eso explicaba como podía seguir en funcionamiento quinientos años después de la guerra. Su importancia estratégica, podía ser otra parte de la explicación.

Una línea de abastecimiento tan importante, debía estar muy protegida, y más en tiempos de guerra: el hierro de Ractaris era vital en la batalla contra los demonios para las naciones del norte, sin acceso al metal grez.

A lo largo del recorrido, se veían todo tipo de estructuras que atestiguaban ese pasado: resto de grandes complejos industriales, con sus chimeneas semiderruidas, casi enterradas por la nieve y varios castillos de hormigón, en las cimas, antiguos asentamientos de artillería. Aquel invierno permanente había congelado incluso el tiempo, pues Árzak no había visto otro lugar en donde las ruinas estuviesen tan..., completas.

Lo mismo pasaba con el aspecto de esos dos soldados: era un equipo impresionante tanto su armadura con visores térmicos, como sus rifles, muy similares al que portaba el militar de la estatua de Perlin, pero increíblemente bien conservados. Ni una pizca de óxido, cada parte móvil se veía sin mácula y bien engrasada. Aquello era extraño: Árzak sabía muy bien que en aquellos tiempos era imposible fabricar algo semejante, no sin dedicar media vida a ello. Ya no había grandes factorías que produjesen armamento de esa calidad y en cantidad suficiente para aprovisionar a un ejercito. Pero aquellas armas no habían sido rescatadas en ninguna ruina, ni de ningún alijo perdido durante quinientos años: ambos hombres estaban uniformados de forma idéntica, los petos de sus armaduras no tenían ni un solo arañazo y se veían livianos.

Dejando a un lado el origen de aquel equipo, a Árzak empezó a preocuparle lo bien pertrechado que estaba el ejercito Bindio: eso podría llegar a ser un problema para él. Esas armas disparaban rápido y muchas veces y eran fáciles de recargar: por débiles que fuesen aquellos soldados, no tendría ninguna opción contra un grupo nutrido de ellos.

Mientras que actuaba con docilidad, dejándose guiar por sus dos captores al interior del vagón, empezó a acumular energía: necesitaría una gran cantidad para esquivar todas esas balas, algo difícil de hacer, pero seguro que si esperaba el momento oportuno, podría pillarles con la guarda baja y ahorrar fuerza para escapar de aquella situación.

El vagón, carecía de ventanas, y la única iluminación probenía de una barra fluorescente en el techo, que iluminaba pálidamente un recinto atestado de cajas. Todas tenían un sello pintado en rojo: un copo de nieve atravesado por un pico y una espada, el emblema de Bindia. Un tercer hombre le esperaba en el centro de la bamboleante estancia; a su lado había colocado una de las cajas. Este soldado, era algo distinto: en lugar de casco, llevaba unas gafas que le recordaban mucho a las de Alerón y una capa roja que abrochaba en el pecho con una réplica dorada del blasón bindio. Además las únicas armas que portaba, eran un sable y una pistola automática enfundados en su cinto.

DEVAFONTE: CIUDAD DEL FINWhere stories live. Discover now