CAPÍTULO VEINTE

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Noviembre del 2022


Estuve toda la noche intentando adelantar el trabajo, no es como si fuera difícil, los casos que me daban a trabajar eran los que estaban prácticamente perdidos. Constaba en solo llenar un par de formularios y pasar al siguiente, pero el papeleo era tedioso.

Odiaba el maldito papeleo.

De todas maneras había algo, además del trabajo de mierda, que no me dejaba tranquilo y era que tenia que disculparme con Alex.

Carajo, me sentía como un imbécil.

Corrección, era un imbécil, por lo que, despertándome temprano, supuse que un simple desayuno no haría que Alex me perdonara.

Después de nuestro encuentro en la cocina, no había vuelto a verla, había escuchado ruidos allí, supongo que mientras se hacia algo de comer y después nada, una vez que su puerta se cerró bien entrada la tarde, no volvió a salir.

No tenia idea de hasta que hora había trabajado, así como tampoco recordaba cuando había sido la ultima vez que pasaba un viernes de esta manera, sin embargo, aquello no evito que el sábado, a primera hora de la mañana, mis ojos se abrieran como si en realidad hubiera dormido veinte horas. Alex dormiría hasta tarde, sabia eso, no era una chica especialmente madrugadora y ahora que llevábamos un tiempo viviendo juntos, sabía que los sábados trabajaba por la tarde, por lo que tardaría en despertarse.

Una vez que me cambie con ropa cómoda, salí del departamento y una idea comenzó a formarse en mi cabeza. Esta vez tome las llaves del auto, por que sabía que iba a necesitarlo y me dirigi en dirección al centro, escuchando la radio e intentando distraerme de todas las cosas que me agobiaban últimamente.

Me detuve en la primera parada y pedí en aquella panadería exclusiva, los mejores pasteles que tenían y avise que los buscaría en un rato mientras los preparaban.

—Buenos días —dijo la dependienta una vez que me vio llegar.

Llevaba un delantal y tenia las manos envueltas en unos guantes de seguro para trabajar con la tierra de manera más cómoda.

—Buenos días —murmure, mirando a mi alrededor. —Necesito flores —murmure, yendo directo al grano.

La señora, que debía rondar los cuarenta años por lo menos, sonrió.

—Bien, flores, tengo algo de eso por aquí —bromeó y la sonrisa se me escapó también. —¿Que tipo de flores estas buscando? ¿Algo en especial?

Mire a mi alrededor..., mierda, ¿Cuándo había sido la última vez que había comprado flores?

—No tengo mucha idea, la verdad —respondí, sincero.

—Bien —murmuró ella, mirando a su alrededor con la mirada pensativa. —¿Por qué motivos necesitas flores? —Preguntó entonces. —¿Un regalo para algún familiar? ¿Una novia?

—No, no, en realidad ella es... —lo pensé unos segundos—, ella es una amiga y le debo una disculpa enorme, gigante —aclare.

—¿La engañaste? —Preguntó la mujer, perdiendo todo rastro amable.

—No, no, no somos amigos de ese modo —aclare—, es solo que la trate un poco mal y... —suspiro, me siento tan estúpido ahora mismo—, solo quiero pedirle perdón.

La mujer me miró unos cuantos segundos, antes de asentir y murmurar: —Está bien, sígueme.



El día que dijimos adiósWhere stories live. Discover now