Luria

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La parte más productiva del día eran los viajes en metro desde mi casa hasta el trabajo. Vivía al otro lado de la ciudad, así que tenía que distraer la mente durante más de una hora de transporte público a través de los barrios bajos. No tardé en descubrir que era el lugar perfecto para inspirarse: la miseria humana era una fuente inagotable de temas sobre los que componer una canción de rock deprimente. Casi siempre llevaba conmigo mi vieja guitarra y un pequeño bloc de notas, para anotar las miserias humanas que oía y contemplaba en el vagón.

Sin embargo, de vez en cuando, había días como aquel en los que hacía el viaje prácticamente sola en el vagón y me aburría como una ostra. Entonces me daba por ponerme los auriculares con la música a toda pastilla y pensar en cosas más positivas. Por ejemplo, que gracias a los dioses mi curro actual no era tan horrible como el anterior. Claro que, comparado con trabajar de stripper en un burden disfrazado de antro a las afueras de Las Vegas, cualquier cosa era mejor. Ser camarera en un garito BDSM resultaba, incluso, aburrido. Lo de tener que dar consentimiento explícito para que alguien me tocara el culo le quitaba encanto al trabajo y se notaba bastante en las propinas. En fin, tampoco podía quejarme.

Llegué a las puertas del In Chains casi puntual. El letrero con el nombre del local y un símbolo en forma de triskelion dejaban más que claro el tipo de ambiente que uno se iba a encontrar allí dentro.

Aún con los auriculares puestos y la música a toda pastilla, empujé la pesada puerta antiincendios pintada de rojo oscuro. A esas horas el local solía estar más muerto que un cementerio. Esquivé el carro de las chicas del servicio de limpieza y me dirigí hacia la escalera de hierro que trepaba por la pared izquierda del local.

Tan movida estaba por la rutina que no fue hasta que ascendí la mitad de los escalones que escuché una voz llamándome desde alguna parte. Me quité un auricular y miré a todas partes con cara de mochuelo. Finalmente, me encontré con Lyss mirándome desde la barra. Estaba sentada en un taburete, cruzada de piernas, vestida como la zorra ejecutiva que era.

—He dicho «hola». —Lyss repiqueteó con las negras uñas sobre la barra y me miró con una de sus finas y rectas cejas alzada.

—Ah. Hola. —Me quité el segundo auricular dándole un tirón al cable—. Perdona, es que voy pensando en mis movidas y no te había visto...

—Vuelves a llegar diez minutos tarde —me interrumpió sin variar ni un poco la expresión de zorra malparida. Me pasé la lengua por el interior del carrillo.

—Sí... Es que las obras de la Avenida Wallace están fatal y... Ya sabes, el tráfico...

—No me cuentes historias. Tu horario empieza a las diez. —Se puso en pie y se acercó a mí con una carpeta debajo del sobaco y con el eco de sus ruidosos tacones retumbando en la sala. Subida en ellos me sacaba casi media cabeza de altura, y eso que yo no era precisamente bajita—. Si tu problema es el tráfico, la solución es muy simple: madruga más y bebe menos la noche anterior para no tener resaca. A este paso ni la sombra de ojos va a disimular tus ojeras.

—Pero...

—No quiero que vuelvas a presentarte aquí sin haberte tomado un par de aspirinas, una ducha fría y no estés vestida de persona normal—. Lyss me recorrió de arriba abajo con la mirada.

Pude ver cómo sus ojos juzgaban toda mi indumentaria: zapatillas Converse gastadas, vaqueros rotos, camiseta cortada a la virulé con unas tijeras, y una colección de cadenas de todo tipo en el cuello, las muñecas y el pantalón.

—Mierda, Lyss, venga... — Hice un mohín, pero ella negó con la cabeza.

—Val vuelve este fin de semana. No quiero que te presentes en este plan con él por aquí.

In Chains: Encadenados (RESUBIDO)Where stories live. Discover now