15.

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Ana

Mi sentido común me gritaba con fuerza que no fuera, que no me podía esperar nada bueno, pero al parecer seguía en shock y le temía tanto a las consecuencias de que mis padres se enteraran que decidí ir con él, no sin antes avisarle a Leila por mensaje que me iría y que me perdonara.

De ninguna manera podía dejar que ella o los chicos me vieran con el profesor, quien caminaba hábilmente entre la gente para que no nos topáramos con ninguno de ellos. 

—Creo que esta es mala idea —le dije al salir del bar.

Todo mi brazo cosquilleaba de forma intensa por la manera en que el profesor me estaba tomando de la mano.

Él se detuvo un momento para mirarme y soltó un suspiro.

—Solo quiero cuidarte. ¿Acaso alguno de ellos lo hizo? Te dejaron sola.

—Eso no es cierto.

—Lo vi, Ana.

—¿Me estaba siguiendo? —pregunté sin esperar la respuesta que iba a darme.

—Sí, te seguí.

—Eso es acoso, ¿lo sabía? ¿Hace esto con todos los alumnos?

El profesor Nightingale sonrió.

—No, solo contigo, solo que hasta el día de hoy te lo hice saber.

—¿Qué está diciendo?

—Vámonos —murmuró y siguió andando. Yo traté de resistirme, pero era imposible librarme.

Gritar era lo más prudente, pero no lo hice. A pesar de que me encontraba muy preocupada y asustada, encontraba cierta emoción en irme con él. ¿Por qué tendría que asesinarme si era un profesor respetable de una escuela prestigiosa?

—Me va a llevar a mi casa, ¿verdad? —le pregunté cuando estuvimos al lado de su auto.

—Sí, te llevaré a casa, pero antes celebraremos tu cumpleaños.

—¿Se da cuenta de que está violando el reglamento de la escuela y que podría denunciarlo?

—¿Me vas a denunciar? —cuestionó con tono sarcástico.

—Podría —contesté, intentando mantenerme firme—. Y no solo por esto, sino porque literalmente acaba de admitir que me sigue desde antes.

—Y no lo voy a desmentir. —Sonrió—. Me interesa todo lo que tenga que ver contigo.

El viento sopló en ese momento, pero no me estremecí por el frío, sino por la manera en que me miraba. Había una muy extraña tensión entre nuestros cuerpos, y me temía que ya no solo era de parte de mí.

Los dos nos gustábamos.

—¿Por qué?

El profesor Nightingale, sin soltarme, abrió la puerta de su auto.

—¿No me responderá? —insistí.

—No, no tengo nada que explicar, no aún. Es tu cumpleaños.

—Un cumpleaños de mierda —resoplé—. Al menos merezco saber por qué le intereso.

—Eres la única para mí —murmuró—. Esa respuesta debería bastarte.

—No, solo me confunde más —repliqué.

El corazón me latía a toda velocidad por aquellas respuestas tan extrañas y comprometedoras. ¿A qué se refería con eso? ¿Estaba enamorado de mí y no podía ver a nadie más? ¿Lo estaban obligando a estar conmigo o pendiente de mí?

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora