16.

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Ana

La casa del profesor, para mi alivio, era más normal de lo que me esperaba. No estaba especialmente desorganizada, pero tampoco estaba todo perfectamente colocado. Los muebles eran costosos y se notaba demasiado el buen salario que percibía en la institución.

Aun así, me dio la impresión de que había algo artificial en la naturalidad de aquella casa, mas no lo mencioné por temor a herir los sentimientos del profesor Nightingale, quien me hizo pasar primero a la sala, a la cual se entraba al cruzar la puerta, dar unos cuantos pasos y girar a la izquierda.

Lo primero que vi, antes que fijarme en la hermosa y moderna chimenea de la sala, fue la estantería de libros que ocupaba toda la pared, incluso tenía una escalera móvil puesta, cosa que me pareció un tanto absurdo, pues él era alto y perfectamente capaz de alcanzar con facilidad cualquier libro de los estantes más altos.

—Es hermoso —dije entusiasmada—. ¿Puedo...?

—Por supuesto que sí, Ana —asintió—. Sabía que te gustaría.

—Bueno, tampoco soy una lectora empedernida de novelas, pero...

—Te gustan los libros de psicología, te he visto leyendo algunos en la escuela —contestó—. Tengo algunos por allí.

—De acuerdo, saber eso me da un poco de...

—Lo siento, creo que me estoy pasando —se disculpó—. Ve a ver los libros, necesito ir a la cocina.

—De acuerdo —asentí y él salió de la sala.

Por un momento pensé en escaparme, pero olvidé esa absurda idea y me acerqué a aquella enorme estantería. No había ediciones viejas, todos eran libros relativamente nuevos, pero tampoco me importaba mucho, puesto que eran libros en su mayoría académicos, y las únicas novelas eran clásicos. Arriba estaban aquellos de psicología, así que me atreví a usar la escalera para tratar de alcanzar uno de ellos, el cual tenía una portada plateada.

—Guau, este se ve interesante —murmuré antes de intentar bajar, pero calculé mal y terminé por caer.

Estuve a punto de caer de espaldas al suelo, pero unas manos fuertes me detuvieron.

—Debes tener cuidado, Ana —me dijo Lian.

Nuestros rostros estaban demasiado cerca y tuve la tentación de voltear, pero me quedé quieta, esperando a que él decidiera cómo actuar. Después de todo, esta situación era su responsabilidad, no era algo que yo hubiese buscado.

—Vamos —dijo al bajarme, tras algunos segundos de tensión—. Está todo en la cocina.

—Por favor, no vaya a asesinarme —murmuré.

—Cometer crímenes de esa índole no es algo a lo que aspire —bromeó.

—¿Y entonces cuáles sí?

—No se te escapa nada. —Se rio de manera encantadora—. Técnicamente, esto es un delito, una violación al reglamento escolar.

—Lo es.

—Y bueno, la escuela podría pensar que aún eres menor.

Me estremecí sin desearlo al escuchar esa palabra. De sus labios sonaba como algo morboso, pero no llegaba a ser asqueroso, y eso era lo preocupante. ¿Acaso le gustaban las chicas menores y esperaba a que cumplieran la mayoría de edad para conquistarlas?

—Ana, por favor, relájate. Estás a salvo conmigo. —Lian me tomó de la mano otra vez y salimos de la sala para caminar por el pasillo que nos llevó a la zona más amplia de la casa—. Espero que te guste.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora