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Ana

La campana fue lo que me salvó de aquel encuentro incómodo con Jeremy. Leila notó de inmediato que algo me pasaba y no se despegó de mí hasta que ambas volvimos al pasillo, en donde todos los estudiantes iban y venían apresurados porque ya entraríamos a clases. Esta vez me dejé atrapar por gente de mi grupo para que mi nuevo conocido no tuviera la oportunidad de atraparme. Había algo en él que me causaba rechazo, aunque no pareciera la clase de persona que pudiera hacerte daño.

Y también debía admitir que me quería alejar de situaciones que pudieran alterar a Lian. No sabía que tan celoso podría llegar a ser, pero tenía el presentimiento de que mucho. Estaba de acuerdo en que sería su problema y no mío el que pensara mal, pero yo tampoco tenía ganas de confrontaciones innecesarias, sobre todo cuando ese chico no me daba buena espina.

Durante el resto de la jornada escolar no salí para nada del aula y me dediqué a adelantar tareas y hablar con las personas que me llamaban. Todavía mi corte de cabello seguía siendo un tema recurrente y compartí el lugar donde me lo había hecho. Esperaba que Raquel tuviera varias visitas luego de eso, se lo merecía porque era muy buena.

Al salir me sentí tan nerviosa que me acaloré y me quité el saco de la escuela mientras bajaba las escaleras, en las cuales comencé a sentir un cosquilleo. Me detuve en medio de ellas y esperé a que Lian se detuviera a mi lado.

—Señorita Fuentes —me saludó.

Me estaba mirando de una forma intensa. Él sabía lo ocurrido con Jeremy, esa expresión me lo decía.

—Profesor Nightingale.

Su mano rozó un poco la mía.

—Hace un poco de frío, ¿no lo cree? Pero quería decirle que siga así —me dijo antes de marcharse.

Me quedé en medio de las escaleras, estupefacta, pero también con una sonrisa de oreja a oreja.

Me puse el saco de nuevo, pero sin cerrarlo y bajé rápidamente las escaleras para encontrarme con Leila y luego con papá en la salida. Este estaba serio y pensativo, aunque en esta ocasión decidí no preguntarle nada con respecto a su actitud. Él no me lo diría y yo no estaba lista para lidiar con otro rechazo.

Desde ahora prefería no saber nada sobre lo que mis progenitores sentían acerca de mí. Prefería pensar que ellos me querían y que simplemente ahora me estaban dejando ser más independiente.

—¿Cómo estás? —me preguntó papá cuando arrancamos.

—¿Me preguntas a mí?

—Sí, ¿a quién más? —Se rio—. ¿Cómo te trata el profesor?

—Muy bien, papá —contesté—. Estoy aprendiendo mucho.

«Sobre todo de sexo», añadí para mis adentros.

Papá sonrió, pero noté que apretaba el volante, como si estuviera enojado. Aun así, no pregunté, pues sabía que no me iba a responder o lo haría tan solo con evasivas.

—Me alegra —murmuró—. Me alegra mucho, Ana.

No dije nada y me coloqué mis audífonos para también desconectarme de la realidad hasta que llegara a la casa del profesor Nightingale.

Unos toques a mi hombro me sacaron de mis ensoñaciones. Volteé a ver a papá y me saqué los audífonos.

—Tienes que salir, Ana —dijo sonriendo.

—Ah, sí, lo siento —contesté—. Nos vemos más tarde.

—El profesor me comentó por mensaje que tendrías una actividad escolar relacionada con Halloween.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora