41.

8.6K 1.1K 195
                                    

Ana

Las palabras de Lian sobre mi vida corriendo peligro no pudieron borrarse de mi mente por más que lo intentaba. Quería pensar que tan solo estaba loco, luego mi imaginación me hacía malas jugadas y llegaba a pensar que estaba inmiscuido en asuntos ilegales o en adicciones, puesto que habíamos tenido que mudarnos. Aunque nada de eso tenía sentido cuando lo veía traer cosas de su casa e iba a todos lados como si nada.

Los días comenzaron a pasar de manera un poco turbulenta. Había pasado mis exámenes con nota aprobatoria, pero menor a la que siempre sacaba, por tanto, tuve que estudiar de manera más intensiva y tomar los cursos de recuperación que ofrecía el colegio. Lian estuvo a punto de gritarme cuando se enteró, pero se detuvo a tiempo y me pidió disculpas.

—No, no te vayas —me pidió con tono dulce—. Tan solo quería que me consultaras sobre ello. Pude haberte ayudado yo y no separarnos.

—No me está sirviendo estudiar por mi cuenta, salvo en tu materia —le dije con total honestidad—. Necesito concentrarme, Lian. Puede que a mis padres les haya dejado de importar, pero yo sí me preocupo por mi futuro.

—Sí, lo lamento.

Lian me rodeó con sus brazos y me abrazó. Yo me quedé quieta, sintiendo dolor por la confirmación de que realmente mis padres no me querían. Intentaba todos los días no pensar en ello, pero en momentos como este volvía a recordarlo y me preguntaba cómo pudieron haber fingido tanto amor durante dieciocho años y yo nunca noté que era falso.

Luego de ese día, me dediqué de verdad al estudio, aunque tuve peores resultados, ya que entre más me concentraba, más agotada me sentía. Cada noche me iba más temprano a la cama, luego de que Lian me hiciera el amor de manera apasionada. A pesar de sentirme extraña y fuera de lugar, nuestros momentos íntimos eran un oasis en medio del desierto. Durante esos momentos de placer me sentía viva, despierta y sentía que lo amaba con locura. Fuera de la cama también sentía amor, pero mucho miedo e incertidumbre también.

—Ana, llevo días callándome algo, pero ya no puedo más —me dijo Leila en la azotea, lugar en donde nos escondíamos de todos porque cada vez hacía más frío y a nadie le gustaba el viento helado.

Levanté la vista de mi libro y fruncí el ceño. Me imaginé muchas cosas, como que ella estuviera embarazada o que se hubiera peleado con su madre.

—Te escucho.

—¿Te estás sintiendo bien? —me preguntó, lo que me dejó desconcertada.

—¿Disculpa?

—Es que estás muy pálida y más delgada, como si no estuvieras alimentándote bien —dijo preocupada—. ¿El profesor te trata bien? Y no me mientas, sé que vives con él.

—Estoy...

Me quedé callada en medio de la clase y se me llenaron los ojos de lágrimas, las cuales pude controlar.

—No, no estoy muy bien —admití—. No sé qué fue de mis padres, simplemente desaparecieron de mi vida.

—Ay, no, ¿no te han llamado?

—No, y no quiero que pensar en que murieron, porque no lo creo. Simplemente me abandonaron.

—¿Cómo pueden los padres hacer algo así? —bufó—. Mi madre es dura, pero no está loca y no se iría de la nada.

—No me explico qué pudo pasar con ellos —admití—. Pero ellos no estaban locos, solo eran sobreprotectores.

—¿Y si están amenazados? —sugirió y yo pasé saliva—. ¿No quieres venir a mi casa?

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora