37.

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Ana

El chófer arrancó antes de que la madre de mi amiga saliera a recibirla. Me preocupaba dejarla sin ver que de verdad entrara a su casa, pero no podía tampoco arriesgarnos a una confrontación. Yo no iba a volver a agradable por culpa de lo que mamá le había dicho.

—No la llevaré a casa de sus padres, señorita —me informó el chófer—. Tengo que llevarla donde el señor.

—Necesito recoger mis cosas —le dije—. No puedo irme así como así.

—No se preocupe. El señor Nightingale se encargará.

—No, yo quiero...

Dejé mis palabras a la mitad y me rendí. No tenía energías para discutir ni una mierda. Y no iba a discutir con un hombre al que apenas conocía, por más que este fuese amigable.

—De acuerdo —mascullé y me puse mis audífonos nuevos.

Me costó un poco de trabajo que entraran, y por un momento me temí que no fueran compatibles con mi teléfono, pero sí lo eran. El sonido era mejor que mis audífonos viejos y lo agradecí, pues quería aislarme del mundo, sentir que no estaba haciendo esto. Podía estar muy enamorada de Lian, pero no dejaba de ser impactante el hecho de literalmente estar yendo a vivir a la casa de un hombre que hasta podía ser mi padre.

Escuché exactamente seis canciones antes de llegar a un vecindario que no conocía y que parecía muy exclusivo. Las casas eran muy grandes, de aspecto clásico, y en la que nos habíamos detenido también lo era

—¿Estamos en el lugar correcto? —indagué.

—Sí, señorita —me respondió Francis con tono educado.

—¿El señor Nightingale está aquí?

—La espera adentro —dijo antes de bajarse.

—De acuerdo —susurré.

Esperé a que el chófer me abriera la puerta y me bajé con mi mochila colgando de un solo hombro. El viento que corría era muy agradable, pero seguía sin sentirme del todo cómoda por esta situación.

Tras cruzar el extenso jardín y donde lo único que había era un hermoso y grande árbol, toqué a la puerta de madera. Mi profesor me dedicó una enorme sonrisa y me atrajo hacia él para meterme a la casa.

No hubo tiempo de siquiera saludarnos, él me alzó en sus brazos y me besó de manera desesperada. Me quedé en shock por unos cuantos segundos, en los que supe que lo había echado mucho de menos.

—Sentí que me faltaba el aire —dijo desesperado mientras me apoyaba contra la puerta—. Sé que yo te dejé ir, pero no me gusta, lo odié.

—Pero estuviste vigilándome —le contesté—. Así que...

—Sí, pero no estabas conmigo —refunfuñó—. Espero que ese vestido que tomaste no sea demasiado revelador.

—No lo es, pero es bonito —dije con entusiasmo—. Quiero ir al baile de Halloween.

Lian borró su sonrisa de inmediato y frunció el ceño. Lentamente me bajó hasta que mis pies tocaron el suelo, pero no dejé de mirarlo.

—¿No prefieres quedarte conmigo?

—Podemos estar juntos después del baile —le propuse—. Va a ser divertido, irá Leila.

—Para mí no va a ser divertido que llames la atención de todos —dijo muy serio, incluso podría decir que furioso—. No lo sé, Ana.

—Voy a ir —dije con firmeza—. Nunca he ido y este es mi último año. Quiero vivir esa experiencia.

—No te pierdes de mucho —murmuró.

POSESIVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora