VII. La lista de pendientes

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VII.          La lista de pendientes

¿Por qué habría decidido dejar cosas de valor en una zona más plagada de zombies? Pues, fácil.  Para que no me roben.  Verán, desde las primeras veces que vine a la ciudad con encargos me di cuenta de que lo que me pedían solía repetirse.  Es más, podía agrupar todo lo que se incluía en mi lista de pedidos en cuatro grandes categorías.

La primera es la tecnológica.  Típicamente se trata de partes para equipos de telecomunicaciones o para computadoras.  Aún hay gente que piensa que es posible reestablecer la tecnología que teníamos antes de la plaga.  Que sigue dependiendo de programas de computadoras y artefactos complejos para sobrevivir.  Yo hace tiempo que he dejado ir a la tecnología.  Que no dependo de ella y que creo que en el futuro de la humanidad no habrá bits y bytes.

Pero eso no importa.  Lo importante es que hay gente dispuesta a pagarme bien por traerle una batería nueva para cierto modelo de laptop o que necesita otro ejemplar de un modelo específico de smartphone para poder terminar de construir algo.  El caso es que esos componentes son valiosos y yo estoy más que feliz de proveérselos.  Por un precio, por supuesto.

La segunda categoría son medicinas.  Es sorprendente cuánto nos habíamos acostumbrado a la medicina moderna antes de la plaga.  Para todo teníamos pastillas y píldoras e inyecciones.  Ahora que la industria farmacéutica se había caído y que los doctores tienen que curar con sus propias manos, las cosas se habían tornado oscuras.  

Conseguir medicinas es la razón por la que me había metido a este trabajo al inicio.  De hecho, más de la mitad de mis pedidos son medicinas y yo las llevo con gusto y sin comentarios.  A veces incluso llevo de más, porque sé que puedo salvar algunas vidas de esa manera.  El filántropo que hay en mí.

La tercera categoría son objetos con valor sentimental.  Nunca falta el que quiere que regrese a donde vivían antes de la plaga a recuperar un álbum de fotos o alguna joya familiar invalorable.  Yo jamás me ocupo de eso.  Nunca incluyo esos pedidos a mi lista.  Y es que había aprendido que no tiene sentido arriesgar mi vida por cosas inservibles, aún cuando me pagasen bien por buscarlas.

Esos pedidos solían requerir que me adentrase en zonas que habían sido más residenciales.  Eso quería decir que antes de la plaga habían estado repletas de viviendas de familias.  Eso, a su vez, quería decir que hoy en día, después de la plaga, estarían con mayor concentración de zombies que otras zonas.  O sea, mayor riesgo.  

La cuarta categoría son misceláneas.  Se trataba de pedidos extraños o poco usuales que nunca faltaban.  Por ejemplo, herramientas especializadas o repuestos para maquinaria.  Son poco usuales y suelen requerir mucho tiempo para conseguirse, pero terminan siendo bien recompensados.  

Estos son los pedidos que más tiempo me toman.  Los tecnológicos y los médicos no me preocupan.  

En todo caso, en ese momento lo importante es llegar a mi almacén de artículos tecnológicos.  Así que sin demorar más, sago a la calle y pongo el candado correspondiente.  Esa mañana no hay zombies en la calle.  La horda debe estar lejos aún.

Camino hasta la avenida Larco y luego camino por ésta hasta llegar al final de la avenida, en un óvalo.  En el camino me encuentro con dos o tres muertos vivientes, a los cuales tengo que eliminar.  Y es que me habían visto venir.  Si no los mataba, me seguirían gruñendo y eso atraería a más zombies.  Ya me ha pasado antes: Por quererme ahorrar la molestia de encargarme de un par de ellos termino con un grupo mayor detrás de mí.  Y nadie quiere eso cuando está en una ciudad infestada.

Por supuesto que eliminarlos no era simplemente atravesarles la cabeza.  Debía además moverlos a un lado de la calle o avenida.  No podía dejarlos en el medio.  No sé por qué.  Cuando comencé en este trabajo me dijeron que no dejara cuerpos en el medio de la pista y desde entonces cada vez que elimino a un zombie, lo arrastro a un lado de la calle o de la avenida.  No estoy completamente seguro de por qué.  Simplemente lo hago.

Cuando estoy por la mitad del camino escucho una explosión hacia el norte.  Quizás el noreste.  A los pocos segundo veo una columna de humo que se elevaba al cielo.  Eso es inusual.  Y como todo lo inusual en Lima después de la plaga, malo para mí.  Mejor me apresuro en llegar al primer almacén que tengo que visitar.

El resto del camino estoy distraído por esa explosión.  Podía tratarse de algo que cedió por la falta de mantenimiento y que explotó por su propia cuenta.  Una caldera o qué sé yo.  Me habían contado que eso era posible.

Pero por el otro lado, podía ser una patrulla de militares que había entrado a la ciudad y que se había enfrentado a un grupo de zombies.  Uno de los militares podría haber usado una granada o algo más potente.  Después de todo, el cuartel instalado en el Frontón, la isla que se encontraba frente a Lima, andaba realizando operaciones en la ciudad para instalar refugios, algo que no tenía claro si estaba funcionando.  En todo caso, el Frontón estaba al otro lado de la ciudad.  Usualmente no se aventuraban tan al sur, lo que me dejaba tranquilo.

Pues bien, por el momento lo importante es llegar al almacén.  Ya cuando esté ahí, relativamente seguro, podría darme el lujo de especular con respecto a esa explosión y otras cosas.

Requiem por LimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora