IX. Un bache en el camino

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IX.          Un bache en el camino

La mañana siguiente tenía que ir a la tienda de artículos tecnológicos. Es mi segundo día en Lima, lo que quiere decir que me quedan apenas seis días para conseguir todo lo demás en la lista.  Si no fuera porque la ciudad está infestada de zombies, ésta sería una labor sencilla y hasta aburrida.  Lamentablemente, Lima es una de las ciudades que mayor concentración de muertos vivientes tiene.  Venir es realmente peligroso.

No obstante, tenía la ventaja de conocer el ciclo del movimiento de la horda principal que le daba vueltas a la ciudad de Lima.  Antes de salir hacia aquí consulté con un contacto que tenía en la colonia militar en El Frontón, la isla ubicada frente al puerto de El Callao.  Me dio información acerca de la posición de la horda y su ruta.  Tengo unos diez días antes de que pase por aquí.  Eso implica que si en seis días no estaba en la playa de la Costa Verde para tomar el bote que me sacara de Lima, estaría en serios problemas.

Y si para entonces no consigo todo lo que está en la lista, no podría vivir el resto del mes.  Tengo aun margen, pero debo apresurarme si es que quiero que el plan funcionara.

Por eso me preocupo cuando en la mañana del día siguiente, antes de que mi despertador mecánico me saque de mi sueño, un fuerte sonido de explosión me despierta.  Me demoro algunos segundos en recordar en dónde estoy y qué es lo que está pasando.  Me paro de un salto y corro al techo del edificio en el que me encuentro.  Éste es de apenas tres pisos, así que muy alto no estoy y una muy buena visión no tengo, pero me permite reconocer lo que sucede.

No lo veo completamente bien, pero se trata de una especie de patrulla militar.  Quizás unas cinco o seis personas.  Están en un vehículo que no va muy rápido, pero que les brinda la protección suficiente como para creer que pueden disparar sus armas de fuego.  Que los zombies que atrae el sonido de los disparos no son un problema.  Grave error.

No lo puedo ver desde donde estaba, porque una línea de edificios me tapa, pero puedo escuchar cómo los disparos son más frecuentes y más desesperados.  Es claro lo que sucede: Cada vez están rodeados de más y más muertos vivientes.  Estos idiotas están convirtiéndose en ejemplo perfecto de por qué no se hace lo que estaban haciendo.

Desde donde estoy, no obstante, puedo llegar a ver algunas calles.  Así puedo ver cómo algunos zombies caminan lentamente hacia el origen del escándalo.  Lentamente.  Lento, pero seguro.  Vienen de todo el distrito.  Cada vez más.

Ése en realidad es el problema.  En máximo media hora ese encuentro se acabaría por una de las dos siguientes razones: Esos soldados se quedarían sin balas o estarían rodeados de demasiados zombies.  Habían sellado su destino cuando comenzaron a disparar y no irse corriendo, sino pensar que podrían lidiar con las consecuencias.  Error de principiante.  Lástima que vaya a ser su último error.

Lo que me molesta es que en el proceso me están perjudicando a mí.  Tardaría por lo menos un día entero en disiparse la masa de zombies que todo esto está atrayendo.  Un día entero que tendría que esperar dentro del almacén haciendo tiempo.  Un día perdido.

Pero además, tendría que cambiar mis planes.  De donde estaba planeaba adentrarme a lo que solía ser la zona comercial de Miraflores.  Mi idea era ir a buscar ahora los artículos tecnológicos que me faltaban de la lista.  Pero justo en esa dirección era que se estaba dando la batalla.  Me conviene ir primero a completar mi lista con medicinas.  Para eso tengo que ir a mi otro almacén, al que tengo con artículos médicos.  Eso está en la otra dirección.

Los disparos siguen sonando y la verdad es que me aburro de estar ahí, así que bajo al segundo piso a evaluar cuánta comida y cuánta agua me queda.  Tengo por lo menos para un día más, así que por en ese sentido no hay de qué preocuparse.  Eso sí: Tengo que recordar luego de reponer esas provisiones.

Luego voy a revisar las puertas y las ventanas, así como la escalera de mano de acceso al segundo piso.  Todo en orden.  Bien, porque iba a tener que pasar buen tiempo ahí arriba.  Un día más por lo menos.

De pronto los disparos cesan.  No siento pena por ellos.  Se lo habían buscado.  Subo al techo y puedo constatar lo que ya sabía: La zona está infestada de muertos vivientes, caminando sin rumbo fijo ahora que ya no había un sonido fuerte que los atrae.

De repente un sonido inusual me llama la atención.  Es una especie de silbido.  Pero uno solo.  Un silbido y nada más.  Me volteo buscando su origen.  Hay poco sol, pues aún es muy temprano.  No me demoro mucho en darme cuenta de qué se trata.

En el techo de un edificio de departamentos de unos ocho pisos está un grupo de jóvenes.  Deben ser unos tres o cuatro.  A esa distancia no puedo saberlo con exactitud.  Me están haciendo señas para llamar la atención.  Quieren comunicarse conmigo.  Aparentemente están tan atrapados como yo.

Requiem por LimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora