XIX. Una ayuda que cae del cielo

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XIX.     Una ayuda que cae del cielo

Estoy a unos metros de llegar a la esquina, detrás de la cual me podré cubrir de las balas que me podrían estar disparando desde la plataforma del tren eléctrico, cuando me veo en la obligación de parar de golpe.  Lo que yo pensaba que era un lugar seguro en realidad es todo lo contrario.  Detrás de esa esquina hay una pequeña horda de zombies.  Freno de golpe e instintivamente le disparo con mi pistola al más cercano de ellos.  Luego me volteo hacia los demás miembros de mi pequeño grupo.

Los tres Nativos que vienen conmigo frenan de golpe al ver de qué se trata todo. 

“Oh, dios”, me dice ella y veo en su cara claramente la duda.  Esa duda que te hace quedarte sin hacer nada el tiempo suficiente como para que la suerte te abandone.  Yo lo he visto suceder muchas veces como para saber que no pienso morir por su culpa.

“Retrocedan”, digo instintivamente sin estar realmente interesado en si me hacen caso.  Hace apenas un par de días que conozco a estos chicos y no pienso morir por ellos.  Si quieren, que me sigan.

Debe de haber unos treinta zombies delante de mí.  No hay forma de que mi pistola de cinco balas y sus ballestas puedan hacerles frente.  No, debemos retroceder.  No obstante, hay un problema.  Detrás de nosotros está la plataforma elevada por la cual alguna vez transitó el tren eléctrico que atravesaba la ciudad.  Y ahí arriba hay humanos armados.  Los llamados Halcones.  No sé si nos han estado disparando a nosotros, pero sé que han estado disparando.  Así con todo, prefiero correr el riesgo de exponernos a ellos que quedarnos ahí y correr el riesgo de ser comido con uno de esos cadáveres reanimados. Es un mero asunto de probabilidades.  Tengo mejores opciones de sobrevivir con los Halcones. “¡Retrocedan!”, grito.

Los dos chicos desenfundan machetes y dan un par de pasos hacia atrás.  Ella sigue paralizada por el miedo. 

Odio a esa gente.  Odio a los que se quedan parados sin hacer nada cuando llega el momento de la verdad.  Me dan ganas de abandonarlos a su suerte.  Se salir corriendo con la plena seguridad de que esos zombies se la terminarían comiendo y que eso los distraería lo suficiente como para yo tener una oportunidad mejor de sobrevivir.  Pero no tengo el corazón.  Nunca lo he tenido.  En el fondo soy demasiado blando.

La agarro de los hombros y la sacudo.

“¡Muévete!”, le grito.  Y en ese momento veo que encima de la plataforma hay efectivamente un grupo de personas apuntando armas hacia nosotros.  Cierro los ojos esperando una bala o algo peor.  Y cuando por fin escucho el disparo, la bala no me cae a mí.

La bala le cae a uno de los zombies que están avanzando hacia nosotros.

“¡Rápido!”, me gritan de arriba. “¡Suban por la escalera!”

Me toma unos segundos darme cuenta a lo que se refieren.  Han arrojado una escalera de mano.  Se las indico a mis acompañantes y corro sin esperar reacción.  Corro hacia la escalera.  Cuando llego a ella me volteo y veo que los zombies están avanzando.  Los tres Nativos que vienen conmigo llegan a la escalera.  Les digo que ella suba primero. 

Mala decisión.  Sube lento.  Está nerviosa.  Se resbala un par de veces.  Se demora varios minutos.  Para cuando por fin está arriba, los muertos vivientes ya están a unos pocos metros de nosotros.  Si subimos todos uno por uno, no sobreviviremos.  Pero si todos nos sujetamos de la escalera de mano al mismo tiempo, no sé si aguantará el peso.

De pronto hay esperanza nuevamente.  Caen tres sogas, al extremo de cada una de las cuales hay un gancho.  Miro hacia arriba y uno de los Halcones me grita.

“¡Engánchense rápido! ¡Nosotros los subiremos!”

Yo disparo nuevamente contra uno de los zombies que se acercan.  Luego sin pensarlo dos veces coloco el gancho en mi cinturón.  Para entonces los dos muchachos que van conmigo ya lo habían hecho.  Entonces nos comienzan a levantar de a pocos desde arriba.  Yo me sujeto a la soga con una mano.  Con la otra disparo un par de veces más contra los cadáveres andantes más cercanos.  Para cuando ya estoy fuera de peligro, mi revolver está vacío.

Me suben a punta de un jalón cada cinco o diez segundos.  Esto quiere decir que me encuentro colgado un buen rato.  Tengo la oportunidad de ver hacia varias direcciones para evaluar bien mi situación.  Veo a un lado los militares rodeados por muchos más zombies.  No tienen ruta de escape, no tienen salvación.  No tienen mucho tiempo.  Lo intento, pero simplemente no me dan pena.  Lo que les está por pasar se lo merecen. 

Sé que está mal, pero desde que fue la plaga le he tenido cólera a los militares que se refugiaron en El Frontón, abandonando a la población.  Traicionando su mandato.  Luego trataron de avanzar estableciendo un puesto de avanzada en lo que había sido la academia de oficiales en El Callao.  Y la lograron instalar y defender por un tiempo, pero no tardó en ser tomada por zombies.  Obviamente, cuando pasó la Horda cerca, alguno de ellos disparó contra uno de los muertos vivientes y el sonido los atrajo a todos.  Una vez que la Horda estaba encima de ellos, no había esperanza.  Tuvieron que huir los que pudieron.  Muchos murieron.

Yo me enteré de esto por mi contacto en la base de El Frontón.

La relación que mantengo con él es bastante accidentada, pero es una relación que funciona.  En un par de ocasiones lo he ayudado recuperando algo que se había perdido en la ciudad.  O si no, buscando algo en especial que necesitan en la base para terminar alguno de sus proyectos.  A cambio de esos encargos, él me provee de información.  Yo le soluciono problemas y él me brinda datos que luego me salvan la vida.  Un trato justo.

Ya faltaban unos pocos metros para que llegara a la plataforma.  Los dos muchachos iban casi a la misma altura que yo.  Abajo estaban los zombies aglomerados, con sus manos en lo alto, pretendiendo alcanzarnos.  Por suerte estábamos ya fuera de su alcance.  Aproveché discretamente para poner balas de nuevo en mi revolver.  Cinco balas.  Después de todo, no sabía lo que me esperaba cuando terminara de subir a la plataforma del tren eléctrico.

Mientras tanto, al otro lado, los militares estaban ya casi completamente rodeados.  La suerte ya estaba echada para ellos.  Estaban demasiado lejos de la plataforma como para que los Halcones los salvasen en un acto de misericordia, algo que de por sí ya habría sido poco probable, considerando que les habían disparado hacía unos minutos.

De pronto llego hasta arriba.  Unas manos me ayudan a pasar al otro lado y por fin puedo pisar  la plataforma del tren eléctrico.  Ahí sobre la cual hace muchos años corrían las rieles que atravesaban la ciudad.  Ese espacio que habían tomado los Halcones para establecerse.  Nunca lo había visto desde arriba.  Y ahora que lo veía no lo podía creer. 

Lamentablemente no tengo mucho tiempo para apreciarlo.  Una mano fuerte me toma del hombro y me obliga a arrodillarme.  No bien he colocado mi peso sobre mis rodillas, un arma me apunta a la cabeza.

Requiem por LimaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant