XXIV. El comandante

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XXIV.     El comandante

A quien llaman comandante es un señor de mediana estatura, con una barriga prominente, poco pelo en la cabeza y un poblado bigote.  Usa anteojos, lo cual es bastante extraño en estos días.  La materia prima para poder hacerlos en este mundo es difícil de conseguir.  Usar lentes como esos es un verdadero lujo.  

“¿Por qué me miras así?”, me pregunto levantando las cejas. “¿Qué sucede?”

Yo no lo pienso dos veces y respondo honestamente.  Esta gente no tiene por qué ayudarme y aún así lo ha hecho.  Me han proveído de lo que necesitaba para salir de Lima sin las manos vacías.  Además, me salvaron de una pequeña horda de zombies cuando me subieron a la plataforma con una soga.  No tengo razones para asumir que tienen malas intenciones conmigo o que debo ocultarles algo.

“Sus lentes”, le respondo poniéndome de pie. “No sabía que aún había gente haciendo lentes”

“Oh, estos”, se los quita y los comienza a limpiar con una esquina de su camisa. “Me los hizo un oculista que tenemos más adelante. ¿Cómo es que se llama el doctor, Pablo?”

Uno de los que lo acompañan da un ligero paso hacia adelante.  Es uno más de los muchos que he visto desde que los Halcones me salvaron.  Es un hombre común, sin entrenamiento en armas o en pelea, eso se nota fácilmente.  Es flaco, de pelo parado.  Nariz grande y ojos pequeños.

“Se llama Eliot”, responde el tal Pablo.  

“Oh, sí.  Se llama Eliot”, continúa el comandante. “Verás, teníamos un excelente oculista que murió cuando una de nuestras plataformas colapsó.  Fue una tragedia, perdimos a varias familias.  Por suerte se salvó quien lo ayudaba.  Su asistente.  Ese Eliot.  Él es el que nos ayuda con este asunto de la vista hoy en día. Tiene un ayudante, un chico.  No recuerdo su nombre.  Cuando lo termine de entrenar lo llevaremos a nuestro segundo distrito para que atienda gente ahí.  Acordamos que se tomaría unos dos o tres años en entrenarlo”

“¿Con tres años es suficiente para ser oculista?”, pregunto.  Antes de la plaga uno estudiaba el doble de eso para eso mismo.

“Oh, estos muchachos no se están entrenando para operar.  Si tienes cataratas o qué sé yo, no te podrán ayudar.  Solamente se trata de que te midan la vista y te fabriquen los lentes que necesitas.  Eso es todo”

“¿Y si tengo cataratas?”, pregunto realmente interesado.

“Si tienes cataratas más te vale tener un ser amado que te cuide, porque no hay mucho que podemos hacer por ti”, se pone sus lentes nuevamente y me extiende la mano. “Hola.  Soy el comandante.  Y tú eres el Caminante. ¿No es cierto?”

“Así es”, le extiendo la mano.  Él me saluda.  Yo estoy muy consciente de todas las armas que me están apuntando en ese momento.  Éste es un tipo muy importante para ellos.  No podrían soportar la idea de perderlo. “Y ahora dime, ¿en dónde encontraste a los muchachos? ¿En dónde estaba ese radio que nos habían robado?”

“En un edificio en Miraflores”, le indico.  No quiero dar muchos detalles, porque no quiero acercarlos a la zona en la que tantos refugios tengo. “A un par de cuadras de Angamos.  Lo siento, no podría darle muchos detalles.  Llegué hasta ahí porque los vi en el techo”

“Y dime, cuando los encontraste, ¿no estaba con ellos uno más?”

“¿Miguel?”, recuerdo el nombre que la chica mencionó.  Un joven más que había llegado con ellos, pero que yo nunca llegué a conocer.  Cuando yo llegué donde ellos, el tal Miguel había sido mordido por uno de los muertos y había sido infectado.

Yo respondo asintiendo con la cabeza, aunque sospecho que no me gustará hacia donde se dirige la conversación.  Este Miguel era el lider de ese grupo de muchachos.  Aparentemente era un Halcón también.  Eso quiere decir que tiene familia aquí que lo va a extrañar. ¿Es el comandante parte de esa familia? Si es así, no le va a gustar que le diga lo que pasó con él.

“¿Por qué? ¿Él también era uno de ustedes?”

“¿Era?”, el comandante frunce el ceño.  He revelado más de lo que debía. “¿Algo le pasó?”

Ya no había vuelta atrás.  

“Lo siento”, digo lo más tranquilo que puedo. “Cuando llegué a donde estaban, Miguel ya había sido infectado”

El comandante se me queda mirando.  Nadie más dice nada.  Hay tensión.  Yo no sé qué hacer.  Lo único que quiero es que me dejen ir.  Ya estoy cansado de haberme desviado de mi plan.  Haberme alejado de mi zona.

“¿Era cercano a ustedes?”, pregunto preocupado. “¿Su hijo, quizás?”

“No, no era mi hijo”, responde el comandante mirando hacia otro lado. “Pero sí, era uno de nosotros.  Hay muchas personas a las que no les va a gustar para nada que se haya perdido”

“No, no está perdido”, intervengo. “Está muerto.  Les puedo decir en dónde está su cuerpo”

“No, no me has entendido”, me dice el comandante y luego se me acerca. “Miguel está perdido.  No sabemos si está vivo o muerto.  Y así es como nos gustaría que se quede. ¿Me entiendes ahora?”

Yo asiento sin decir nada.  Miro a los demás.  Los que han venido con el comandante me observan inexpresivos.  Algo raro está pasando aquí, pero no me importa.  Si me dejan ir, no tengo problema alguno.

“Ahora, esto es lo que va a pasar”, me dice el comendante más serio y en voz más baja. “Dos de mis hombres te van a acompañar hasta Miraflores.  Me dicen que ésa es tu área, ¿no es cierto? Bajarán en el óvalo Higuereta y luego caminarán por la avenida Benavides hasta la avenida República de Panamá.  Hasta ahí te podremos escoltar.  Luego de eso estás por tu cuenta. ¿Cómo suena eso?”

“Bien.  Excelente”, respondo yo cada vez más ansioso por salir de ahí.

Sonriendo salgo de esa construcción.  Dos de sus acompañantes vienen conmigo en una dirección.  El comandante y los demás se van en la otra.  Ni siquiera se despide formalmente de mí.  Es como si estuviese contento de deshacerse de mí.  Afuera me esperan el anciano que guarda ese almacén y su joven ayudante.  Ella se me acerca y me abraza.

“¡Adios!”, me dice para que todos la escuchen. “No te olvides de nosotros”

Lo que nadie nota es que me ha metido una nota en mi bolsillo.  Un pedazo de papel en el que seguramente hay un mensaje que los dos que vienen conmigo no deben ver.

Requiem por LimaWhere stories live. Discover now