XXVIII. Un escondite provisional

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XXVIII.     Un escondite provisional

Mientras llego al jardín trasero de la casa y salto el muro que lo divide de la casa con la que colinda pienso en algo que me comienza a preocupar.  Los Halcones saben que mañana tendré que ir a la Costa Verde a subirme al velero.  De hecho, ellos saben que ahí estarán todos los Caminantes que vinieron a Lima conmigo.  Los que sobrevivieron la semana, en todo caso.

Si los Halcones saben que estaré ahí y aún me quieren matar, lo obvio sería asumir que me esperarían ahí.  No que me buscarían por la ciudad exponiéndose a ser mordidos o acorralados.  Eso me pone en una peligrosa situación.  Eso quiere decir que estoy atrapado en Lima.  Que si intento acudir a la cita con el velero, seré interceptado por ellos y eliminado.  Estaba en un aprieto.

Tenía que encontrar una alternativa.  Tenía que encontrar una manera de llegar al velero que no implicase esperarlo en la Costa Verde con los demás, exponiéndome a que los Halcones me capturasen.  Y solo tenía un día para pensar en ese plan

Por el momento no tengo tiempo para eso.  Recorro la casa a la que llegué y salgo por la puerta a otra calle.  Avanzo rápidamente hasta la primera esquina.  Ahí paro y me asomo.  No quiero más sorpresas.

Estoy a unas cuantas cuadras de mi refugio principal.  Llego a la esquina de la calle por la que estoy yendo y la avenida Larco.  Cruzarla puede resultar un poco peligroso, porque es una vía bastante ancha y tiene edificios altos a ambos lados.  Me podrían estar esperando en uno de ellos con un rifle para dispararme.

Me asomo y trato de examinar todas las ventanas que pueda en todos los edificios cercanos.  No hay forma.  Son demasiados.  Si un francotirador me está esperando, seré un blanco fácil y nunca lo veré venir. ¿Qué puedo hacer?

Miro a todos lados y no se me ocurre nada.  Comienzo a imaginarme cosas.  En mi profesión, imaginarse cosas puede ser peligroso.  Puede llevarte a ponerte demasiado nervioso y no hacer nada, lo que a su vez puede también ser fatal.  Me comienzo a convencer de que hay un francotirador esperándome.

Pero ir por otro lado me tomaría demasiado tiempo.  Al final no encuentro otra alternativa.  Doy unos cuantos pasos para atrás para agarrar velocidad.  Respiro profundo unas cuantas veces.  

Y corro.

Corro tan rápido como puedo.  Llego a la mitad de la avenida y no paro a ver.  No me detengo a evaluar si de verdad hay alguien esperando para matarme o si todo se trata de una locura mía.  Solamente miro para adelante para asegurarme de que no haya zombies al otro lado de la avenida.  No se me ocurre levantar la mirada en lo más mínimo.

Para cuando llego al otro lado, estoy sudando y totalmente agitado.  Me toma varios minutos volver a respirar con normalidad.  No es solo que haya corrido, es la ansiedad.

Me arrodillo apoyándome a una pared y respiro profundamente varias veces.  Miro en todas direcciones mientras tanto.  Empuño mi arma fuertemente por si acaso.  No me gusta esa situación.  Lo mejor será que me esconda pronto y piense en cómo huir de esta ciudad sin que los Halcones me agarren.

Ya me falta apenas un par de cuadras.  No obstante, por alguna razón el saber que ya pronto estaré a salvo me pone más nervioso.  Más ansioso.  Me entra la paranoia.  Se me mete a la cabeza la idea de que me están siguiendo.

Tendría sentido.  Podría ser que quisieran seguirme para ver en dónde está mi escondite.  Ellos saben que el refugio al que me dirijo está lleno de recursos que ellos podrían querrer llevarse.  Después de matarme, claro.

Y yo sé que suena paranoico, pero no puedo darme el lujo de correr ese riesgo.  Además, en el camino he pensado en una solución a mi problema.  Sin pensarlo mucho me meto por la puerta que lleva a un bar en un segundo piso en una de las calles laterales que dan a la avenida Larco.  Ya he estado aquí un par de veces en el pasado.  Avanzo con cuidado por temor a que dentro haya un zombie perdido.  No encuentro ninguno.  Tranco la puerta de entrada y reviso que la ventana trasera que da a un tragaluz por el cual puedo trepar al techo para huir esté accesible.  Lo está, así que me tranquilizo.  No creo que la use, pero es importante saber que es una opción.  Me siento en el suelo y descanso un rato.

Luego me arrastro hasta la ventana de madera que da a la calle.  Desde ahí veo hacia afuera con cuidado.  Veo unos tres zombies que se han quedado parados cerca a la puerta de entrada al bar.  Deben de haberme estado siguiendo y se han quedado desconcertados porque no saben hacia dónde seguir.  No importa, ya me ocuparé de ellos luego.

Me pongo a pensar.  Si quiero irme de Lima vivo, necesito llegar al velero de alguna manera distinta a la usual.  No me servirá ir a la Costa Verde como de costumbre y nadar hasta el bote a remos que a su vez me llevará hasta el velero.  Eso no será prudente esta vez.  Los Halcones me podrían estar esperando para eliminarme.

He estado pensando por qué querrían matarme y se me han ocurrido algunas alternativas.  Por ejemplo, podría ser que el tal Miguel era hijo del Comandante y que éste quería vengarse por su muerte.  Matándome a mí y a los tres chicos que me prometieron pagarme por ayudarlos.  O si no, podría ser que no me creían que no había tenido nada que ver con el robo de ese radio y que consideraban necesario eliminarme para hacer de mí un ejemplo.

O quizás simplemente la chica estaba loca.  La rubia que me dió la nota me había alertado sobre un peligro inexistente. ¿Quién sabe? Lo importante era que existía la opción de que me estuviesen esperando y no iba a correr el riesgo innecesariamente.

Parecía un objetivo imposible.  Pero algo iba a tener que idear si es que quería salir de aquí vivo.

Requiem por LimaWhere stories live. Discover now