XVII. Un nuevo amigo

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XVII.          Un nuevo amigo

Carlos es para todo efecto práctico un ermitaño.  Reside ahí en el piso 15 de ese edificio y vive de la comida y los recursos que ha podido acumular a través de los Nativos, a los cuales les vende el servicio de reparar aparatos electrónicos.  Por lo que ella me contó cuando llegamos al piso en el que vive, resguardado por rejas reforzadas, cuando las Colonias de ese lado de la ciudad se establecieron, varios compitieron por ofrecerle a Carlos las mejores condiciones.  Tener en sus filas a alguien que había estudiado antes de la plaga cómo funcionaban los aparatos era invalorable.  No obstante, él nunca se decidió y prefirió quedarse en lo que había sido el departamento de sus sueños: Un penthouse en un edificio lujoso de una zona cara de Lima.

Aquí tiene lo que según él es todo lo que necesita.  Hace ya años que no sale del edificio.  Y es que tiene instalado en el piso 10 un ingenioso sistema para mantener a los zombies lejos de él.  No obstante, eso implica que para entrar y salir de su penthouse en el piso 11 debe usar esas escaleras de mano instaladas en la parte externa del edificio.  Y a su edad, eso es algo que él no se arriesga a hacer muy seguido.

“Yo fui el que arregló esas radios”, dice de pronto Carlos.  Desde que nos hemos instalado en su comedor no había hablado.  Tiene una voz agradable y tranquila.  Vivir aquí encerrado, lejos de la barbarie que son las calles de la ciudad, lo ha mantenido así.  Si tuviese que salir y enfrentarse a los muertos vivientes, la cosa sería distinta.  Es más, seguro que ni siquiera ha visto a un zombie comerse a un humano nunca en su vida.  No sabe la suerte que tiene.

“Nuestro plan es establecer un perímetro alrededor de la colonia”, explica ella. “Así podremos redireccionar la horda cada vez que pasa por este lado de la ciudad”

Lo escucho y no lo puedo creer.  Lo que me está diciendo es sencillamente una locura.  Con la horda no se juega.  Estamos hablando de miles de miles de zombies que avanzan como una fuerza imparable, arrasando con todo lo que se le cruza en el camino.  Si uno -solamente uno- de ellos te percibe, estas atrapado para siempre.  Esos zombies no seguirían su camino hasta que no destrozaran la puerta o la reja o la barrera que los separaba de ti.  Cuando la horda se acerca solamente hay dos posibilidades: Huir tan rápido como se pueda o encerrarte y orar para que ninguno de ellos te notara ahí.  Esto último solamente era posible si te mantenías en silencio y sin llamar la atención de ninguna manera.  O lejos de su ruta.

Aún así siento curiosidad por el plan que les infunde tanto orgullo.

“El problema con la horda es que es un desorden.  Son tantos zombies y ocupan tanto espacio cuando van de un lado a otro, que es imposible controlarlos”, explica.

Por supuesto que es imposible controlarlos.  Nunca la había visto, pero había escuchado las historias.  Tanto de otros Caminantes, como de mi contacto en la base militar del Frontón.  Una vez que la horda está encima de ti, te conviene pegarte un tiro en la cabeza, si es que tienes un arma a la mano.

“¿Alguna vez la has visto?”, pregunto.

De inmediato todos guardan silencio.  La respuesta es obvia.  Sí lo han hecho.

“Yo la he visto”, explica Carlos. “La horda ha pasado por aquí varias veces.  Y yo la he sobrevivido aquí arriba”

“¿Cómo hiciste?”, le pregunto.  Su sistema de dejar un sonido programado leve en el piso 10, para que ahí se queden los zombies que llegan a subir hasta aquí era bastante ingenioso.  Pero definitivamente no sería útil cuando llegaran olas tras olas de cadáveres animados a la reja que acababa de ver. “Esa reja no aguantaría”

Carlos sonríe y no responde de inmediato.

“Tengo un sistema.  Es muy inteligente”

Espero a que me lo explique, pero no lo hace.  Solamente me mira y sonríe.  No insisto.  He sido Caminante lo suficiente como para saber que hay gente que tiene derecho a sus secretos.  Así que lo dejo ahí y devuelvo mi atención a ella.

“Entonces, ¿cuál es el plan?”

“No te lo puedo decir aún”, me dice ella.

Es una pena.  Me habría gustado tener algo en qué pensar esa noche.  Aunque algo me dice que con todo lo que está sucediendo, algo tendré en qué ocupar mi mente cuando acabe el día.

Carlos es lo suficientemente amable como para darnos de comer.  El menú incluye vegetales frescos.  Los como con cierto reparo, pero tengo que reconocer que están bastante bien.  Lo miro y noto que él está sonriendo.  Está saboreando mi sorpresa.  No necesita que haga la pregunta.

“Los cultivo yo mismo.  En el techo”

Yo no entro en más detalle.  No los necesito.  Este ermitaño ha desarrollado un estilo de vida que implica nunca salir de su penthouse.  Debo admitir que siento cierta admiración por él.  Por supuesto que es algo que yo jamás haría.  Yo necesito el movimiento, trasladarme por las ciudades.  Me volvería loco encerrado aquí arriba.  Pero si funciona para él, debo reconocerle su mérito.

Comemos y descansamos un instante.  Luego ella pretende pasar la tarde ahí.  Yo insisto en que no nos conviene.  No tenemos tiempo que perder.  Yo sigo preocupado por mi límite de tiempo.  Me queda apenas cuatro días y medio en Lima y no puedo estar perdiéndolo así.  Quizás cuando ya tenga en mi posesión todo lo de mi lista y esté listo para ir a la Costa Verde y subir al velero que me regresará a casa.  Pero por el momento no me conviene estar matando el tiempo de esa manera.

Ella termina dándome el gusto.  Nos despedimos de Carlos, bajamos por la escalera externa hasta el piso 9 y luego bajamos las escaleras internas del edificio.  En total hemos gastados tres horas haciendo este el desvío.  No mucho, considerando lo que implicó.  Pero demasiado considerando que antes de que caiga el sol debemos estar refugiados en alguna parte.

Seguimos nuestro camino en dirección al cuartel general prometido y al almacén que, según ella, tiene todo lo que mi lista requiere.  Cuando estemos ahí estaré más tranquilo.  Debe ser un lugar muy bien resguardado, si es que ha aguantado todo este tiempo.  No obstante, antes de llegar debemos pasar por debajo de la plataforma del tren eléctrico.  Eso no me gusta nada.  No sé qué esperar, pero en un rato lo sabré.

Requiem por LimaWhere stories live. Discover now