De bajas médicas, unicornios y cafés, va la cosa...

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 De bajas médicas, unicornios y cafés, va la cosa...

—Lo digo enserio, en ocasiones pienso seriamente que nos han cambiado en la maternidad. Lo tuyo no es normal, morena.

—Tienes razón, nos han cambiado. Yo tengo opinión propia mientras que tú viajas con la corriente, ahí, dale que te pego en el mismo rumbo que los demás... eso sí que no es normal.

—Yo no voy en ninguna corriente ni nada de eso; el que me guste lo mismo que a la mayoría no hace que mi opinión valga menos que la tuya...

—Bueno, que se me pone en plan ofendida a estas horas. Perdona, rubia mía, no quería herir tus sentimientos. Sabes que te quiero.

—¿Qué has dicho?

—Que... “perdona si te llamo amor”...

—Qué graciosa eres, ahí te quedas...

—Venga, va, en serio, lo siento. No me dejes aquí sola, anda...

—La rara eres tú, una mujer a la que no le gusta el romance y las historias de amor, cuentos de hadas modernos hechos para enamorar el corazón y el alma... solo sangre, y muertos, y muerte, y cementerios de animales y... ahí tienes el resultado: al final acabarás como uno de ellos.

—Hostias, es más grave de lo que pensaba. Lo siento, rubia, pero creo que lo tuyo no tiene cura. Y te lo dice la que está en una camilla de hospital.

—Yo paso de hablar contigo hoy. Estás más cabrona de lo habitual, y eso es decir mucho de alguien que se pasa las veinte horas que está despierta siendo una mala pécora hasta con los huerfanitos de la calle. No sé si será toda la medicina que te han metido, pero te superas a ti misma.

—No, si al final sí va a resultar que te he ofendido de verdad. Hasta con comparaciones rebuscadas me atacas. Y que conste que aunque me hubiesen aplicado el doble de analgésico, seguiría teniendo el suficiente sentido común como para no ser fan de un tipo que escribe historias de amor para niñas aburridas con príncipes azules más desteñidos que pantalón de los ochenta. Joder, qué colocón tengo. Recuérdame preguntar que lleva eso que me han enchufado. Camarero, que sean dos para llevar.

—El que no me guste el dichoso King este del que tanto halabas, no hace que mi gustos sean malos... y deja ya la vía, tía, que la enfermera te la ha puesto dos veces, al final acabarás como un colador. Es que eres peor que un niño pequeño cuando te pones mala, más mala de lo habitual, digo.

—Oh, no... no, no, no, y no. Puedes atacarme como quieras, pero a mister King, ¡ni tocarlo! Ahí tendremos un problema. Obviaré lo que dijiste después, más que nada, porque dejé de escucharte tras lo de “acabarás como un colador” por culpa del unicornio ese que se sentó a tu lado, así que perdí el hilo de tus pensamientos. Pero a lo que importa: a mi King, ¡ni tocarlo!

—¿Unicornio? Creo que voy a llamar al médico. Lo que sea que te hayan puesto, en lugar de curarte el riñón te está jorobando del todo las pocas neuronas que te quedan intactas tras tanta casquería que te has leído en tu vida.

—¿Casquería? Oh, rubia, rubia... te estás metiendo en terreno pantanoso, no lo hagas... podrías hundirte...

—No te me pongas filósofa en tu estado, morena. Quizás si leyeras algo más lleno de colores de vez en cuando, no serías tan amargada y apreciarías la belleza de las pequeñas cosas.

—Otra vez me perdí nada más oír no sé qué lleno de colores... dile al unicornio que se calle, que así no hay quien te ponga atención...

—Stephen King está flipao.

Vaya par de gemelasWhere stories live. Discover now