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03 de Mayo de 1628
Hacía frío.
La clase de frío húmedo que viene acompañado de un viento que se cuela por cada poro de la piel y que llega hasta el centro de los huesos. El mismo que anuncia que en unas cuantas horas caerá un aguacero.
Gracia se estremeció. Abrió lentamente los ojos, se sentía mareada.
Lo primero que vio fue la tierra gris oscura y la hierba verde y húmeda. Estaba tumbada boca abajo, se sentía maltrecha y sentía pinchazos de dolor por toda la columna vertebral. Por un momento se sintió desorientada, hasta que fue capaz de recordar: Isaac desaparecido, Connor amenazándolos, el viaje...
Ignorando el dolor, se puso de pie. ¿Dónde estaba Isaac?
Se sacudió distraídamente la ropa mientras miraba en todas direcciones.
Entre las ramas de los árboles que se trenzaban unas con otras sobre su cabeza, se podía apreciar que el cielo era de un gris lechoso, difícil saber si eran las seis de la mañana o las seis de la tarde. El viento cargado de humedad sacudía las copas de los árboles que se erigían a izquierda y derecha. Gracia se estremeció. Los pantalones de lino y la playera de algodón que llevaba puestos no la protegían en absoluto del frío, además de que la hierba la había humedecido bastante.
Nuevamente, pensó en Isaac. El pequeño estaba en pañales, tenía que darse prisa para encontrarlo y que no pasara frío.
Si tenían suerte y Connor estaba inconsciente por el viaje, tendría la manera de salir corriendo de ahí con su hijo.
Conocía esa parte del bosque y a la vez lo desconocía. Había estado ahí con su amiga Ana tantas veces, que había perdido la cuenta y aún así estaba todo tan diferente... El sendero que conocía tan bien, seguía estando en el mismo lugar, pero lo veía mucho más pequeño que antes. Quizás la razón era que había nueva maleza, nuevos arbustos, nuevos brotes. Tal vez eran las ramas de los árboles que ahora se veían más arriba de lo que ella era capaz de recordar...
El ruido de unas pisadas la alarmó y se giró a la derecha. Connor salía de entre los árboles a unos treinta metros desde su posición. Sostenía en sus brazos a Isaac, inquieto, cuyo cuerpecito permanecía desnudo a excepción de los pañales. Gracia comenzó a caminar hacia ellos de inmediato. Tenía que cubrir a Isaac para que no enfermase.
Connor alzó la vista en su dirección y elevó a Isaac lejos de su cuerpo.
—¡Eah!, ¡tu engendro huele como una letrina!
Cuando Isaac vio a Gracia, comenzó a llorar con fuerza, aunque el sonido se amortiguaba por el follaje del lugar, habría reconocido ese llanto en cualquier parte.
Corrió lo más deprisa que sus piernas le permitieron. Y esa distancia que los separaba le pareció más larga de lo que en verdad era.
Pobre criatura, las cosas que tenía que atravesar por su culpa.
