5 | VACÍO

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04 de Mayo de 1628

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04 de Mayo de 1628

El húmedo frío, el emprisionamiento, la vorágine de sentimientos..., todo es demasiado para la mente de Gracia.

Necesita hacer muchas cosas más, no debe resignarse a quedarse aquí abajo. Su hijo es muy pequeño como para perder a su madre, ¡aún es lactante, por el amor de Dios!, ¡aún la necesita!

Lleva más de doce horas sin comer nada y su estómago se contrae entre el recuerdo de los chilaquiles que desayunó por la mañana junto a Zaid y la angustia de no saber cómo se encuentra Isaac. Tendrá hambre, lo nota por sus pechos doloridos y cargados de leche. ¿Le habrán quitado el pañal sucio, sabrán cómo hacerlo? Su hijo es de piel sensible, seguramente estará rozado.

Sus dientes rechinan de impotencia.

¿Cómo recuperará su vida?, ¿saldrá de esa prisión? ¿Volverá a ver a su familia, volverá a ver la luz del día?

Necesita averiguar la forma de salir de ahí pero, ¿cómo?

Escucha un ruido a su costado: algo que se arrastra. Es incapaz de decir qué lo produce. Siente miedo, tiene la necesidad de ver qué se mueve por ahí, intuye que es una rata. Le dan asco. Las antorchas se han apagado hace un rato y se ha quedado en la absoluta oscuridad. Es estúpido que sienta miedo de una rata, cuando hay cosas mucho más asquerosas y más mortíferas allá arriba, en el castillo y aún así...

Le parece escuchar el llanto de Isaac, pero no está segura. Es casi imposible que el sonido viaje desde allá hasta este lugar. Sin embargo, su instinto teme por su hijo.

Tiene que salir de ahí.

Sabe que es inútil, pero sacude nuevamente los barrotes de la puerta. Algún milagro hará que la puerta salga de sus goznes y pueda huir de ahí. Quizás pueda hacerlo. Tal vez pueda desmontar la puerta. Palpa con sus dedos las bisagras. No parece un sistema complicado, tal vez sólo está incrustada la puerta en el resto de la reja a través de sus goznes. Con ayuda de su hombro, empuja la puerta hacia arriba, pero no parece ceder ni un ápice.
    Lo intenta una, dos, seis, diez veces sin ningún éxito. Es condenadamente pesada.

Está cansada y agobiada. Las rodillas le tiemblan de debilidad y de fatiga.

Quiere ir a casa y enredarse en los brazos de su esposo.

Zaid, ¿por qué no vienes por mí y por tu hijo?

Ha sido una tonta por haber creído que sería feliz con Zaid y su pequeño Isaac para siempre. Una estúpida, por no darle importancia a las pesadillas recurrentes que tenía en donde Connor y Sir William le complicaban la vida. ¿Serían avisos de lo que estaba por llegar?

Recuerda con profunda tristeza el día de su matrimonio con Zaid. Las flores blancas, el coro de niños que resonaba con sus voces angelicales en los muros de aquella capilla. Los invitados secándose las lágrimas cuando se dieron el primer beso como marido y mujer. Los ojos apasionados de Zaid cuando pronunció el "acepto" más convencido de la historia... Además del de ella, por supuesto. De eso hacen sólo cuatro años, pero ella siente que ha pasado toda una vida.

Es capaz de escuchar el primer llanto de Isaac, cuando vio la luz por primera vez. Ella volvió a nacer el día que vio su cara arrugada y llena de líquido. Fue un niño saludable y no tuvo complicaciones en el parto. Recuerda las nanas a altas horas de la madrugada para que Isaac durmiera, recuerda que Zaid se levantaba a verlo cuando ella estaba más cansada. La primer palabra de Isaac: "mama". El nudo en la garganta al escucharle decirlo. La segunda palabra fue "papá". A Zaid con los ojos bordeados de lágrimas, orgulloso y llamándole a su hermana para contarle que al fin lo había dicho.

Nuevamente el ruido. Algo que se arrastra. Los leves chillidos de una rata. Desearía haber traído su teléfono celular e iluminar a la rata para que se vaya, pero recuerda haberlo dejado al lado de su computadora portátil. Tanta tecnología que, de todas formas, sería inútil en este siglo, aunque la linterna, por otro lado...

Pensándolo bien, quizás sea toda una legión de ratas, no le sorprendería en este lugar tan desalmado. Ni siquiera los guardias se quedan por aquí mucho más de lo estrictamente necesario. Les dan miedo, aunque se hagan los valientes. A cualquiera le daría miedo.

Recuerda la ocasión en que, por su ignorancia, envió a Zaid a este lugar. Era la primera vez que veía a Zaid y también la primera vez que vio un teléfono inteligente. Él se lo mostró para convencerla de que venía del futuro. Revive el miedo que sintió, pensó que Zaid era hechicero. Ella gritó, muerta de miedo al ver ese objeto con luz propia y Connor había llegado como una tormenta y lo había llevado al calabozo con empujones y forcejeo. Dos días más tarde, Ana y Gracia hurgaron en la mochila de Zaid y descubrieron las pruebas de que Zaid no mentía: una fotografía, una tarjeta de débito —en ese tiempo ella no sabía lo que era—, un billete de doscientos pesos mexicanos, con fecha del año 2019. Evocó el sentimiento de culpa, la certeza de que se había equivocado con aquel viajero. Supo que había sido injusta con él. Para cuando fue al calabozo a sacarlo de la prisión, el pobre ardía en fiebre y rozaba la inconsciencia. No había comido o bebido nada en dos días, y al respirar sus pulmones hacían un ruido poco saludable. El pobre había pillado una bronquitis aquí abajo. Ahora que está en el mismo lugar, se arrepiente con fuerza de haber sido tan prejuiciosa. Menos mal que lo sacó a tiempo, de lo contrario, Isaac no existiría.

Oh, Zaid. Jamás podría haber elegido un mejor padre para su hijo. Ni un mejor compañero para ella. Lo echa tanto de menos, que le duele el centro del pecho. Ella sabe que juntos hacen un gran equipo, que, si él estuviera aquí, podría sacarla de ese horripilante lugar, pero esta vez es diferente. Está sola. No vendrá a rescatarla, de eso está segura. Además de la desaparición de Gracia e Isaac, no hay ninguna pista que le ayude a saber en dónde se encuentran ella y su hijo. O en qué año. Qué complicado. Además del lugar, debe conocer también el año en el que ellos se encuentran para dar con ellos y llevarlos a casa.

Un torrente de lágrimas silenciosas recorren sus mejillas.

Qué cansancio, qué desolación.

Necesita ver a Isaac, saber que está bien.

Sus bíceps le duelen a causa de haberlo cargado tanto rato desde que llegó a este siglo. Pero valía la pena. Prolongó su contacto lo más que pudo.

Se dice que ha hecho todo lo posible y sin embargo...

Sin embargo está la sensación de que pudo haber corrido más de prisa en el bosque. Que pudo planear mejor su huida cuando pudo, que pudo haberse mudado con Zaid a otra ciudad donde sus enemigos no los encontraran.

Pudo hacer tantas cosas, pero ni su capacidad de viajar en el tiempo fue suficiente para que viera venir semejante ataque.

Se sienta en el suelo lo más lejos que puede de las ratas. Imagina que tiene en sus brazos a Isaac, aunque su imaginación no es lo bastante grande como para poder sentir sus diez kilos en los brazos. En su regazo hay un enorme vacío y, aún, Gracia se abraza, como si tuviera ahí mismo a su pequeño y canta la única nana que conoce. Desea con todas sus fuerzas que su hijo escuche o sienta su trémula voz en el corazón. Que se calme si está llorando, que se duerma si está intranquilo.

Ojalá el inexistente viento le lleve la melodía a su niñito:

Duerme, niño mío, que tengo que hacer, me han traído el trigo y está por moler.

Retrospiral 2 ( #PGP2021 )Where stories live. Discover now