8 | INCERTIDUMBRE

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08 de Mayo de 1628


Una canción irlandesa flotaba a su alrededor como si de una niebla se tratara. La voz era suave, cálida, femenina. La letra hablaba sobre una mujer que se estaba lavando en el río, que se estaba preparando para ver a su amor.

Zaid vino a su mente, con sus largas pestañas, su voz áspera y sus dedos de uñas amplias. Se reía de algo que parecía muy divertido, pero ella no escuchaba nada, sólo esa melodía irlandesa. Comenzó a llamarlo, quería que la incluyera en el chiste, pero él no la veía.

—¡Zaid! —No reaccionó, seguía riéndose con alguien más— ¿Zaid?

Unas manos la sacudieron por los hombros y su esposo comenzó a desvanecerse, junto con la melodía irlandesa más rápido de lo que le habría gustado.

Gracia parpadeó. El pecho le ardía y tenía el cuello y la cabeza doloridos.

No reconoció su entorno, estaba muy desorientada. Al cabo de unos instantes, una muchacha, con una hilera de tres pequeños lunares marcándole el rostro desde la ojera hasta la mejilla, se cernió sobre ella. Tenía unas facciones vagamente familiares y le decía cosas que Gracia no se esforzó en comprender.

Luego de unos segundos, fue capaz de reconocer a la chica que tenía enfrente. Era la criada que le había llevado de comer varios días. A la prisión.

Los recuerdos llegaron de golpe: el encierro, la oscuridad, las ratas, el moho, la suciedad, la pestilencia y su desesperación. Y su hijo.

—¿Isaac? —su voz sonaba disfónica, carraspeó un poco y volvió a intentarlo sin éxito— ¿Dónde está mi hijo?

La mujer negó y le dijo en irlandés que no hablaba castellano.

Nuevamente, Gracia preguntó por su hijo en el idioma de ella.

Hablar le enviaba rayos de dolor por la laringe, pero Isaac..., tenía que saber dónde estaba y si se encontraba bien.

La mujer miró en todas direcciones. La puerta estaba entreabierta y podían ser interceptadas hablando. Cuando comprobó que nadie las escuchaba, se inclinó aún más sobre Gracia y la atravesó con sus ojos verdosos.

—Tu bebé está bien —dijo en irlandés—, lo han atendido dos cocineras, yo misma lo he visto. Enfermaste en el calabozo, necesitas descansar y comer bien para que te recuperes.

—Necesito verlo —dijo Gracia, tratando de incorporarse, su voz sonó desgarrada—, necesito comprobar que está bien.

La doncella miró ansiosa hacia la puerta, mientras le pedía que guardara silencio.

—Debes quedarte quieta —la empujaba por los hombros para que se quedara recostada—, apenas se enteren de que estás despierta, te encerrarán de nuevo, no seas tonta.

Gracia intentó calmarse; obviamente le servía más a su hijo en esa habitación que en el calabozo. Al menos aquí podía hablar con la doncella y obtener noticias de Isaac.

La chica asintió, aliviada de ver que Gracia por fin había comprendido y se volvió para mojar un paño con agua fría.

Se dio permiso de mirar a su alrededor. Se encontraba en una habitación amplia, con un par de ventanas a su derecha que hacían que la luz diurna entrara generosamente en la estancia —gracias a Dios, no era ni remotamente parecida a la oscura celda del calabozo—. Observó, con cierto deleite, el fuego crepitando en la chimenea frente a su cama.

Sabía que seguía retenida ahí con su hijo en contra de su voluntad, que aún el peligro no había pasado y que debía continuar alerta, no obstante, no fue capaz de evitar las lágrimas de profundo agradecimiento que la asaltaron. Aunque esa habitación seguía siendo una prisión, era un completo lujo.

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⏰ Última atualização: Nov 25, 2021 ⏰

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